conocimiento
El objeto por antonomasia de la observación astronómica lo constituye la llamada bóveda celeste. Ante ella, por cierto, caben infinitas preguntas. Para quien no conociese ninguna explicación o teoría sobre el cielo los plurales puntos de luz, caprichosamente dispuestos, la irregular presencia de la Luna, los movimientos observables durante el curso de unasola noche, constituían un poderoso estímulo para la curiosidad: ¿qué eran esas silenciosas fuentes de luz?, ¿por qué algunas resultaban más brillantes que otras, o de diferentes colores?, ¿donde, a qué distancia se encontraban? Es probable que nuestros remotos antepasados se hayan formulado éstos y otros interrogantes similares, experimentando un sentimiento de perplejidad que es casi imposiblereconstruir en nuestros días. La forma de alcanzar las respuestas no estaba, evidentemente, al alcance directo de quien formulara las preguntas. Era imposible acercarse a esos prodigiosos objetos, manipularlos o interrogarlos, como sí en cambio se podía hacer con los minerales o con los seres vivos. No quedaba otra alternativa que proceder pacientemente, contemplando noche a noche el mismoespectáculo perturbador a la espera de encontrar algún modo de comprenderlo mejor.
Pero si la contemplación era atenta, concentrada en su objeto, y si se hacía de un modo regular y sistemático, se podían alcanzar algunas informaciones de interés, ya que no la respuesta a las fundamentales preguntas anteriores. Se podía percibir que los puntos de luz mantenían entre sí sus distancias aparentes,conservando su disposición mutua, y que parecían trazar ciertos dibujos o configuraciones estables, fácilmente reconocibles. Esto último resultaba más sencillo si se adoptaba el recurso de construir sobre ellos imaginarias figuras, de tal modo que podían verse en el cielo, con un poco de imaginación, animales, personajes mitológicos y formas humanas. Aún hoy perduran estas sencillas guías delreconocimiento astronómico, las llamadas constelaciones.
La observación regular, paciente y sistemática, mostraba también otro fenómeno notable: entre los muchos puntos de luz que podían verse había algunos que se comportaban de un modo anómalo. No eran más que cinco, aunque entre ellos estaban los más brillantes del cielo, aquellos que no se mantenían dentro de las constelaciones establecidassiguiendo los dos tipos de movimiento mencionados. Estos puntos errantes perecían recorrer caminos diferentes, avanzando en ocasiones más rápida o más lentamente que el conjunto restante o mostrando a veces un desplazamiento que, relativamente, tenía un sentido contrario. Los griegos los llamaron por eso planetas -lo que en su lengua significaba errantes o vagabundos- atribuyéndoles propiedades especialesen concordancia con su peculiar comportamiento.
Hemos presentado, con algún detalle, los que pueden considerarse como los pasos iniciales de la ciencia astronómica; lo hemos hecho así porque los referentes empíricos de la observación -los objetos a observar, en este caso los astros- se hallan todavía a nuestra disposición de la misma manera que hace miles de años, permitiéndonos realizar unjuego intelectual que resulta interesante pues nos acerca a la posición del observador que se inicia en su tarea. Nos toca ahora, para comprender mejor este proceso, analizarlo con más detenimiento, centrando nuestra atención en la observación sistemática en sí misma, en sus características, problemas y limitaciones.
Observar, ya el lenguaje corriente lo apunta, es mirar y estudiar algodetenidamente, concentrando nuestra atención en aquello que nos proponemos conocer. De este modo nuestros sentidos ejercen plenamente todas sus posibilidades, capturan lo que no descubre una mirada casual o impremeditada, aprehenden una multitud de datos que de otro modo no llegaríamos a hacer plenamente conscientes.
Poco parecería poder lograrse, de este modo, en el terreno de la astronomía, pero...
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