Economia
Por Luis Tejada
Yo me he quejado alguna vez de esa dificultad que hay entre nosotros para
encontrar el tipo auténtico, o siquiera aproximado, del interlocutor, ese ser
legendario ya -hombre o mujer- cordial y preocupado, que ame el encanto de las
ideas abstractas emitidas desinteresadamente sobre la alfombra de un sofá,
mientras las horas insentidas yligeras corren en derredor.
Y no es que no se hable mucho en todas partes; se habla en los costureros y en
las boticas, en los cafés, y en las esquinas concurridas. Pero el hablador no es el
interlocutor, el conversador; existe una diferencia especial entre hablar y
conversar. Lo que se hace habitualmente en esos sitios es murmurar, entendiendo
por murmuraciones todo lo que se refiereexclusivamente a las personas, bueno o
malo. El murmurador es el que no alcanza a abstractar las ideas y solo puede
concebirlas fundidas a los individuos; el conversador verdadero es el que
desarraiga las ideas de los individuos elevándolas a una esfera pura e impersonal.
El conversador, que procura siempre generalizar, diré, por ejemplo: patinar es un
ejercicio armonioso y saludable; el murmuradorsolo acertará a decir: Fulano
patina muy bien: porque no logra aprehender las ideas sino personalizadas.
Murmurar es simplemente recordar; y como siempre es más fácil recordar que
pensar, por eso se murmura más que se conversa. Y por eso también la
conversación requiere, demás, un cierto grado de selección en el ambiente y una
viva curiosidad intelectual es ese deseo punzador de saber cosasinútiles, ese
interés desinteresado por las ideas y por las teorías de los demás, ese querer
escudriñarlo y discutirlo todo por el solo placer de hacerlo sin fin determinado y sin
objeto práctico ninguno. La necesidad torturante de satisfacer esa curiosidad viene
a constituir al fin un vicio, el vicio de la conversación, que algunas mentes
deliciosamente amaneradas prefieren al opio o a lamorfina, porque siendo mucho
más sutil produce una embriaguez igualmente delicada y fantástica. La
conversación para ciertos seres que no sé si llamar desequilibrados o
desadaptados, llega a ser un verdadero paraíso artificial.
Pero no hay peligro de que ese vicio se propague demasiado: la conversación
para que se dé en toda su plenitud, requiere, además de la predisposición natural
de laspersonas y del ambiente particular de cultura, como algunas de aquellas
drogas perversas, cierta composición; para que las ideas fluyan con abundancia y
nitidez y la embriaguez inefable de la conversación posea totalmente a los
interlocutores, es preciso que el sitio les sea familiar; que conozcan a fondo los
movimientos peculiares de las sillas “mecedoras” o sepan ya el secreto de
apoyarse enel sillón o de recostarse en el espaldar del sofá; es preciso que hayan
visto antes, varias veces, la disposición de los cuadros y adornos en la habitación,
la situación de las ventanas y las puertas y que el p aisaje y la perspectiva que
aparecen a través de ellas les sean conocidos; es preciso tener cierta confianza,
como para fumar cuando se quiera y estirar un poco las piernas cuando setenga a
bien; es preciso también que los interlocutores no estén demasiad o separados
para que el misterioso influjo vital, magnético, que se desprende de cada persona,
obre sobre la otra o las otras, subrayando los ademanes y dando mayor fuerza de
convicción a las palabras; es preciso, además, que no haya una preocupación
aguda que distraiga, o un malestar físico que importune. Solo así seconsigue
aquella concentrada atención, aquel interés vivo y sostenido que es necesario
para entrar en la verdadera conversación, en el mundo abstraído y eminente de
las ideas puras e impalpables, pero activas, que deleitan como los fantasmas
vagabundos del opio y exaltan la mente como el jugo luminoso de los pámpanos.
Hay quienes no pueden conversar bien cuando en la reunión se encuentra una...
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