El estudiante John Katzenbach
John Katzenbach
Traducción de Laura Paredes
T ítulo original: The Dead Student
T raducción: Laura Paredes
1.ª edición: noviembre de 2014
© John Katzenbach, 2015
Publicado por acuerdo con John Hawkins & Associates, Inc., New York
© Ediciones B, S. A., 2014
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
DL B 18088-2014
ISBN DIGIT AL: 978-84-9019-902-2
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Contenido
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CONVERSACIONES ENTRE DIFUNTOS
SE G U N DA P A RTE . ¿QUIÉN ES EL GATO? ¿QUIÉN ES EL RATÓN?
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Epílogo: El día siguiente y los posteriores
Y si nos ofenden, ¿no nos vengamos? Si somos como vosotros en lo demás, también nos pareceremos avosotros en esto.
W
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CONVERSACIONES ENTRE DIFUNTOS
Esto es lo que M oth llegó a entender:
La adicción y el asesinato tienen cosas en común.
En ambos, alguien quiere que confieses:
«Soy un asesino.»
O:
«Soy un adicto.»
En ambos se supone que llega un momento en que tienes que someterte a un poder superior:
«Para el típico asesino es la ley. Policías, jueces, quizá la celda de una cárcel. Paralos adictos corrientes es Dios, o Jesús, o Buda, o cualquier cosa concebible más
fuerte que las drogas o el alcohol. Sométete a ella. Es la única forma de dejarlo. Suponiendo que quieras hacerlo.»
Jamás pensó que ninguna de ambas confesiones o concesiones formaría parte de su estructura emocional. Sabía lo que era la adicción. No estaba seguro sobre lo del
asesinato, pero estaba decidido aaveriguarlo en poco tiempo.
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Timothy Warner encontró el cadáver de su tío porque aquella mañana se despertó con unas ansias intensas y terriblemente familiares, un vacío en su interior que
zumbaba grave y repetidamente como la potente cuerda desafinada de una guitarra eléctrica. Al principio, creyó que era por haber soñado que bebía alegremente vodka
helado con absoluta impunidad. Pero entonces serecordó que llevaba noventa y nueve días sin beber, y se dio cuenta de que si quería alcanzar los cien tendría que
esforzarse para llegar sobrio al final del día. De modo que en cuanto su pie tocó el frío suelo al salir de la cama, antes de mirar por la ventana para ver qué día hacía, o de
estirar los brazos para insuflar algo de vida a sus cansados músculos, cogió el iPhone y abrió la aplicación quecontabilizaba los días que llevaba sin probar el alcohol. El
noventa y ocho del día anterior saltó a noventa y nueve.
Se quedó mirando el número un momento. Ya no sentía una satisfacción estimulante, ni siquiera una ligera sensación de éxito. Aquel entusiasmo había desaparecido.
Ahora sabía que el indicador diario era simplemente otro recordatorio de que siempre estaba en peligro. De recaer. Desucumbir. De dejarse llevar. De tener un pequeño
resbalón.
Y entonces estaría acabado.
Puede que no enseguida, pero tarde o temprano. A veces pensaba que mantenerse sobrio era como hacer equilibrios en el borde de un hondo precipicio,
contemplando vertiginosamente un inmenso Gran Cañón a sus pies mientras lo zarandeaba el vendaval. Una ráfaga lo tumbaría y se despeñaría al vacío.
Lo sabía del mismomodo que se sabe cualquier cosa.
Al otro lado de la habitación había un espejo de cuerpo entero con marco negro, apoyado en la pared de su reducido piso, junto a la bicicleta cara con la que solía ir a
sus clases; le habían retirado el coche y el carnet de conducir durante su última recaída. Vestido solo con ropa interior holgada, se levantó y se miró el cuerpo.
La verdad es que no le gustó lo...
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