El médico Del Emperador
El médico del Emperador
Tessa Korber
Traducción de Laura Manero
Tessa Korber
El médico del Emperador
Primera parte
ALEJANDRÍA
Pérgamo ha de verse en un día otoñal, cuando el cielo está de un azul oscuro y los bancos
de nubes blancas que se dirigen raudos hacia el Pindo transforman la luz y las sombras sobre
escaleras y terrazas de mármol. Laluminosidad y la oscuridad se turnan a tal velocidad en
tejados y columnas que se podría pensar que son las nubes las que están inmóviles y que es
Pérgamo, sobre su colina, el que se mueve impulsado por el viento, como una embarcación de
velas deslumbrantes.
Así es como se ve, sobre todo si se sube uno al pretil de la terraza del teatro, se sienta
dejando colgar los pies sobre el abismo y mira a lolejos, más allá del destellante Selinus y su
valle verde, con la frente azotada por el mismo viento risueño que abajo zarandea las ramas de
los olivos con sus destellos plateados y hace susurrar los robledos.
Cuando era pequeño, a menudo me encaramaba al pretil y hacía equilibrios allí, justo
detrás del templo de Dionisos, y bajaba la mirada hacia los muros de contención con sus
contrafuertes,que parecían tirar de uno hacia las profundidades. Aquí y allá sobresalía una roca
desnuda de entre la lisa mampostería y la interrumpía, y a esas prominencias se aferraban
pequeños retoños de pino. En ellos se detenía mi mirada cuando creía marearme, caer y
estrellarme dos terrazas más abajo, sangrando entre las estatuas de mármol. No obstante, siempre
me exhibía con esa prueba de coraje antemis amigos. Sin agarrarme a ningún sitio, dando voces,
Claudio, el loco niño prodigio.
Pasados los años, algunas noches deambulaba por allí con una chica. Le representaba el
mismo espectáculo para que se le sonrojaran las mejillas, se quedara sin aliento y me dejase que
luego la besara. Sí, sí, es sorprendente la cantidad de ocasiones en que daba resultado. Con todo,
los momentos queprecedían al beso, cuando estaba solo encima del pretil, cara a cara con las
estrellas titilantes y las oscuras cordilleras bañadas por la luz de la luna, negras contra el negro
profundo de la noche, eran de una embriaguez y una euforia que a menudo resultaban mejores
que lo que venía después.
Ahora no querría sentarme allí. No porque no quiera desafiar ya a la muerte; eso lo he
hecho durante toda mivida como médico, ha sido mi profesión. No, más bien es porque he visto
a demasiados hombres que han jugado así con ella en la arena: sonriendo, como yo, con el pulso
acelerado y embriagados por su cercanía. Y ella se los llevó a pesar de su sonrisa, de su juventud,
de su valor y de su rebosante fuerza vital, igual de pasajeros e insignificantes que cualquier otro.
Esos suntuosos héroes detúnica purpúrea se convertían en sucios pedazos de carne sin recibir
por ello ninguna compensación.
También Lucila, al ver llegar a sus asesinos, debió de aguardar su destino con esa misma
valentía furiosa de la que hizo gala durante toda su vida. Y ¿qué consiguió con eso? Nada, salvo
que no pudiéramos estar de nuevo uno en brazos del otro. La ahorcaron, según me dijeron, entre
las columnas deuna terraza desde la que se veía el mar. Por lo visto, ese día el embate de las olas
fue desacostumbradamente apacible. El estanque de color turquesa, las bahías impregnadas del
aroma del tomillo de las colmas y la orgullosa obstinación con la que Lucila le exigía felicidad al
mundo... todo cayó en el olvido.
¿Y el emperador al que no pude ayudar? Esputó sangre, disculpó incluso al clima, muriócomo un auténtico filósofo y después, no obstante, no fue nada más que un cadáver.
En realidad debería mostrarme más sensato y no ponerme a jugar ahora, como un viejo
tonto, a ese mismo gran juego. ¡Ave, César, los que van a morir te saludan! ¡Sal a la arena, en
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Digitalizado por Hyspastes y Txerra para Biblioteca IRC. Octubre-04.
Tessa Korber
El médico del Emperador
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