ingeniera
William Irish
La pequeña que tenía el pupitre delante del mío en el 5º A se llamaba Millie Adams. No recuerdo mucho acerca de ella, porque yo tenía nueve años en ese entonces; ahora voy a cumplir doce. Lo que recuerdo con toda claridad son aquellas sus golosinas y que, de pronto, no la volvimos a ver. Mis compañeros y yo acostumbrábamos molestarla mucho; másadelante, cuando ya fue tarde, deseé que no lo hubiéramos hecho. No era porque tuviéramos nada contra ella, sino porque era una chica. Usaba el cabello peinado en trenzas que le colgaban en la espalda; yo me divertía metiéndolas en mi tintero, o si no, pegándoselas con chicles. Purgué más de una penitencia por ese motivo.
La seguía a través del patio de la escuela, tirándole de las trenzas ygritando: ¡Ding, ding!, como si fueran campanas. En esas ocasiones, ella me decía:
—¡Te voy a acusar a un policía!
—¡Ajá! -le contestaba yo, para desarmarla–. Mi padre es detective de tercer grado.
—¡Bueno, entonces te acusaré a un detective de segundo grado; es más importante que uno de tercer grado!
Esa contestación me fastidió, así que por la tarde, cuando volví a casa le pregunté a mi padrelo que significaba. Mi padre miró un poco avergonzado a mi madre y fue ella la que me contestó.
—No muy superior; se necesita un poco más de experiencia, eso es todo. Tu padre llegará a ser uno de ellos, Tommy, cuando tenga cincuenta años.
Esto pareció mortificar a mi padre, pero no dijo nada.
—Yo seré detective cuando sea grande –dije.
—¡Dios no lo permita! –dijo mi madre. Me dio laimpresión que más que hablar conmigo hablaba con mi padre–. Nunca a tiempo para las comidas; levantarse a mitad de la noche. Arriesgando la vida, y la mujer sin saber cuándo lo verá llegar en una camilla o... no lo verá nunca más. ¿Para qué? Por una pensión apenas suficiente para no morirse de hambre una vez que han dado toda su juventud y fortaleza y ya no les sirve más para nada.
A mí me pareciómaravilloso. Mi padre sonrió.
—Mi padre fue detective, y yo recuerdo haber dicho las mismas cosas cuando tenía la edad de Tommy, y mi madre le contestaba como tú lo haces. No puedes disuadirlo, está en la sangre; será mejor que te acostumbres a la idea.
—¿Sí? Pues saldrá de la sangre, aunque tenga que usar la parte de atrás de un cepillo para disuadirlo.
A causa de que la molestábamos, MillieAdams adquirió la costumbre de tomar su lunch en la clase, en lugar de hacerlo en el patio. Un día, en el momento en que yo me disponía a salir de clase, Millie abrió la cajita en que llevaba su almuerzo, y yo alcancé a ver los caramelos verdes en el interior de la caja. No eran de los más baratos, sino de los que costaban un níquel cada uno, y los verdes son de limón, mis preferidos. Por esemotivo me quedé y traté de hacer las paces con ella.
—Seamos amigos –le dije–. ¿De dónde sacaste eso?
—Alguien me los dio –me contestó Millie–. Es un secreto –las chicas son siempre iguales; cada vez que uno les pregunta algo, ellas no pueden contestar, porque se trata de un secreto.
Por supuesto que yo no lo creí; Millie no tenía monedas para caramelos, y el señor Beiderman, propietario de ladulcería, no los fiaba nunca, y menos lo iba a hacer con caramelos de 5 centavos envueltos en papel encerado.
—¡Apuesto a que los robaste! –dije yo.
—¡No! –exclamó Millie, indignada–. ¡Te digo que me los dio un hombre! Es muy simpático; estaba en la esquina cuando yo venía esta mañana para la escuela. Me llamó y sacando unos caramelos de su bolsillo me dijo: "Oye, pequeña, ¿quieres un dulce?"Me dijo que yo era la chica más linda que había visto pasar esa mañana, mientras él estaba...
De pronto, Millie se cubrió la boca con la mano y exclamó:
—¡Oh! ¡Me olvidé! Él me advirtió que no se lo dijera a nadie; si no, no me daría más caramelos.
—Déjame probarlo –le dije yo–, y no se lo diré a nadie.
—¿Lo juras?
Yo hubiera jurado cualquier cosa, con tal de probar el caramelo; se me...
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