Investigaci N Cronica
expone en la Poética de Aristóteles: la diferencia entre historia y ficción se expresa en
términos de la veracidad de los sucesos: mientras la historia narra lo sucedido, una verdad
particular, la poesía cuenta lo que podría suceder, fingiendo e inventando una verdad más filosófica o general. Las concepciones actuales de la historia (White 1992, 2003; Le Goff
1991; Certeau 1999) han comprendido que ella comparte con la literatura y con la cultura en
general, su carácter de discurso, es decir, que los sucesos por sí mismos carecen de
significado y que es la narrativización de los mismos (por medio del argumento y de los tropos del discurso), la que le otorga una dimensión moral. Esta concepción de la historia
como metahistoria (White 1992), como construcción discursiva y memoria colectiva de los
hechos del pasado, sostiene que, para representar la realidad en los discursos históricos, es
indispensable la imaginación, el modo de tramar los sucesos y la concepción ideológica del
historiador. Podríamos sostener, entonces, a partir de esta concepción de la historia, que la literatura hispanoamericana ha contribuido a leer la historia de América, desde la ficción,
durante todo su proceso escritural.
Desde la Crónica de Indias a la nueva novela histórica La Crónica de Indias o historiografía
indiana es una de las primeras manifestaciones discursivas que hablan de América, de su
constitución histórica y simbólica. Su discurso, configurado como informe al Rey de España acerca del avance de la Conquista de América y de las circunstancias que rodean las
hazañas de soldados españoles contra los indígenas, es, a su vez, manifestación del
arrobamiento que produjo al Conquistador la naturaleza del nuevo mundo y su gente como
también de los sucesos en sí mismos. Ambas expresiones se cruzan bajo la óptica discursiva del cronista, quien opta por una visión mayoritariamente eurocéntrica de los acontecimientos
narrados y donde América es considerada un territorio de Conquista, pero también un
imaginario simbólico de sus concepciones feudales y renacentistas. La lengua del
conquistador verbalizó el territorio con paradigmas propios y relató las hazañas de sus
soldados invisibilizando, muchas veces, a los aborígenes. Desde esa perspectiva podemos reconocer que, en el origen de la literatura de América hispana, el tramado de sucesos
históricos, bélicos y políticos, las circunstancias religiosas y sociales, las costumbres y todo lo
que podamos inferir como manifestación de la historia, pública y privada, que rodeó a la
Conquista de América, fue integrándose a la escritura para ser considerada, hoy en día, una
manifestación referencial y primera de la literatura hispanoamericana. La falta de modelos propios en los siglos coloniales, tanto por la proscripción de Carlos V, en
relación a prohibir libros de “historias mentirosas” como por los cánones de lectura que traía
el europeo, obligan a la literatura a depender de los modos hispanos para expresarse
discursivamente. En este contexto, la historiografía colonial y la literatura considerarán a los modelos hispánicos como los ejes ideológicos y estéticos rectores del proceso de escritura.
Esta posición de dominio del saber histórico y de las prerrogativas de los cánones españoles
subsiste hasta los albores de la república. Entre los textos más significativos que expresan
estas características se encuentran los de Sor Juana Inés de la Cruz, quien destacó
principalmente por su obra poética. A medida que se consolida la independencia cultural en el discurso literario, especialmente
en la novela hispanoamericana, se introduce nuevamente el interés de los escritores criollos
por mostrar los sucesos históricos en la ficcionalidad narrativa. José Joaquín Fernández de
Lizardi, por ejemplo, al publicar en 1814 su Periquillo Sarniento pretende denunciar la ...
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