Isaac Asimov La Campana Armoniosa
ISAAC ASIMOV
Louis Peyton había burlado a la policía de la Tierra en una docena de duelos de ingenio y alarde, con la
amenaza de la psicoprueba siempre aguardando, pero siempre frustrada. En sus momentos de mayor
satisfacción, le venían ganas de dejar un testamento para abrir después de su muerte, en el que se viera bien
claro que sus continuos éxitos se debían a su habilidady no a la suerte.
En ese testamento diría: «No se puede trazar un plan para encubrir un crimen sin que aparezca en él
alguna huella de su creador. Así que es preferible buscar en los acontecimientos algún plan ya existente y
ajustar entonces a él tus propias acciones.»
Con ese principio en la cabeza fue como Peyton planeó el asesinato de Albert Cornwell.
Cornwell negociaba con cosas robadas. Undía se acercó a Peyton, el cual se hallaba en su
acostumbrada mesa individual del Grinnell.
—Señor Peyton —dijo saludando a su futuro asesino sin el menor presentimiento—, cuánto me alegro
de verle. Casi había perdido las esperanzas, señor.
Peyton, a quien le molestaba que le interrumpieran mientras leía el periódico y tomaba el postre en el
Grinnell, dijo:
—Si tiene algún asunto que tratar conmigo,Cornwell, sabe dónde encontrarme.
—Es que esto es muy especial, señor Peyton —dijo Cornwell—. Muy especial. Se trata de un
escondrijo, señor; un escondrijo de..., ya sabe, señor.
Y movió el dedo índice de su mano derecha como si fuera un badajo que golpeara algo invisible, y con
la izquierda ahuecó momentáneamente el oído.
Peyton volvió una hoja del periódico, algo húmedo todavía delteledistribuidor, lo dobló y preguntó:
—¿Campanas Armoniosas?
—¡Chist, señor! —susurró el otro, alarmado.
—Venga conmigo —dijo Peyton.
Atravesaron el parque. Otro principio de Peyton era que, para confidencias, no había nada como una
conversación en voz baja al aire libre.
—Un escondrijo de Campanas Armoniosas; un escondrijo repleto de Campanas. Toscas pero
hermosas, señor Peyton —susurró Cornwell.
—¿Lo havisto?
—No, señor, pero he hablado con uno que sí las ha visto. Me dio suficientes pruebas para
convencerme. Allí hay de sobra para que usted y yo podamos retirarnos en la más completa opulencia.
—¿Quién era ese otro hombre?
Una expresión de astucia cruzó el semblante de Cornwell como el humo de una antorcha.
—El hombre era un excavador lunar que tenía un método para localizar Campanas en lasladera de los
cráteres. No conozco su método; nunca me lo llegó a decir. Pero ha recogido docenas de Campanas, las
ha ocultado en la Luna y ha venido a la Tierra para ver la manera de darles salida.
—¿Ha muerto, no?
—Sí. Fue un accidente de lo más horrible, señor Peyton. Se despeñó. Fue una verdadera pena. Por
supuesto, sus actividades en la Luna eran totalmente ilegales. El Dominio es muy severo coneso de la
extracción no autorizada de Campanas... En cualquier caso, yo tengo su mapa.
—No me interesan los detalles. Lo que quiero saber es por qué ha acudido a mí —dijo Peyton con una
expresión de tranquila indiferencia en el rostro.
—Bueno, hay bastante para los dos, señor Peyton, y los dos podemos ayudarnos. Por mi parte, sé
dónde se encuentra el escondrijo y puedo conseguir una nave espacial.Usted...
—¿Sí?
—Usted puede pilotar la nave y tiene excelentes relaciones para dar salida a las Campanas. Es una
división muy justa del trabajo, señor Peyton. ¿No le parece?
Peyton consideró su norma de vida —norma que ya existía— y el asunto parecía encajar.
—Saldremos para la Luna el diez de agosto —dijo.
—¡Señor Peyton! Si todavía estamos en abril —exclamó Cornwell, deteniéndose.
Peyton siguiócaminando con paso invariable y Cornwell tuvo que correr para alcanzarlo.
—¿Me oye usted, señor Peyton?
—El diez de agosto. Yo me pondré en contacto con usted a su debido tiempo y le diré adónde ha de
llevar su nave. No intente verse conmigo personalmente hasta entonces. Adiós, Cornwell.
—¿Mitad y mitad? —preguntó Cornwell.
—De acuerdo —contestó Peyton—. Adiós.
Peyton prosiguió solo su paseo y...
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