La hija del tiempo
Las
largas
horas
de
convalecencia en la cama de un
hospital pueden llegar a ser mortales
para una mente despierta como la de
Alan Grant, inspector de Scotland
Yard. Pero sus días de tedio acaban
cuando alguien le propone un
interesante tema sobre el que
meditar: ¿podría adivinarse el
carácter de alguien solo por su
aspecto? Grant se basará en un
retrato de Ricardo IIIpara demostrar
que ello es posible: el monarca más
despiadado de la historia del Reino
Unido podría haber sido, según
Grant, inocente de todo crimen. Aquí
comienza una investigación llena de
conjeturas acerca de la persona y el
reinado de Ricardo III, un
controvertido pasaje de la historia
británica que, tras haber leído esta
novela, indudablemente será visto
con otros ojos.Josephine Tey
La hija del tiempo
Traducción de Efrén del Valle
Título original: The Daughter of Time
Primera edición, septiembre de 2012
© Josephine Tey, 1951
© de la traducción: Efrén del Valle, 2012
© 2012, de la presente edición: RBA Libros, S.A.
ISBN: 978-84-9006-333-0
La verdad es la hija del tiempo.
Proverbio Antiguo
1
Grant yacía en su cama alta de color
blancocontemplando el techo. Lo
miraba con aversión. Se sabía de
memoria hasta la más ínfima grieta
de aquella limpia superficie. Había
trazado mapas del techo y los había
explorado: ríos, islas y continentes.
Había jugado a las adivinanzas y
hallado objetos ocultos: rostros,
pájaros y peces. Había realizado
cálculos matemáticos y redescubierto
su infancia: teoremas, ángulos y
triángulos.Prácticamente no había
otra cosa que hacer que observarlo.
Lo odiaba.
Había propuesto a la Enana que
girara un poco la cama para poder
explorar un nuevo tramo de techo.
Pero al parecer eso estropearía la
simetría de la habitación, y en los
hospitales, la simetría está un
escalafón por debajo de la limpieza y
dos por encima de la devoción a
Dios. En un hospital, cualquier cosa
que estuviesedesalineada era una
blasfemia. ¿Por qué no leía?, le
preguntaba ella. ¿Por qué no se
enfrascaba en la lectura de una de
aquellas novelas caras recién
editadas que sus amigos no paraban
de traerle?
—Nace demasiada gente en el
mundo y se escriben demasiadas
palabras. Cada minuto salen millones
y millones de ellas de las imprentas.
La idea me horroriza.
—Parece que esté usted
estreñido —ledijo la Enana.
La Enana era la enfermera
Ingham, quien en realidad medía un
metro sesenta y estaba muy bien
proporcionada. Grant la llamaba la
Enana para desquitarse del hecho de
recibir órdenes de una figurita de
porcelana de Dresde a la que podría
sostener en
una mano. Siempre que pudiese
ponerse en pie, claro está. No solo le
decía qué podía y qué no podía
hacer, sino quemanejaba su metro
ochenta de humanidad con una
soltura que a Grant le resultaba
humillante. Por lo visto, el peso no
era obstáculo para la Enana.
Volteaba los colchones con la
abstraída
elegancia
de
un
malabarista. Cuando acababa su
turno, Grant era atendido por la
Amazona, una diosa con unos brazos
como las ramas de una haya. La
Amazona era la enfermera Darroll,
que provenía deGloucestershire y se
ponía nostálgica cuando llegaba la
temporada de los narcisos. (La Enana
era de Lytham St. Anne’s, y a ella los
narcisos le importaban un comino.)
Tenía las manos grandes y tersas y
ojos de vaca, y siempre parecía
lamentarse por los demás, pero el
menor esfuerzo físico la hacía jadear
como si fuese una bomba de succión.
A Grant le parecía todavía más
humillante sertratado como un peso
muerto que como si no pesara nada.
Grant estaba postrado y al cargo
de la Enana y la Amazona porque se
había caído por una trampilla, el
colmo de la humillación. En
comparación con eso, los empujones
de la Amazona y los leves tirones de
la Enana eran un mero corolario.
Caerse por una trampilla era el
colmo del absurdo, algo patético y
grotesco, digno de una pantomima....
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