Las Aventuras De Sherlock Holmes
Conan Doyle
Las Aventuras de
Sherlock Holmes
LA AVENTURA DE
LOS SEIS NAPOLEONES
No resultaba excepcional que el señor Lestrade, de Scotland Yard, viniese a vernos una tarde. A Sherlock Holmes siempre le agradaban sus visitas, porque le permitían estar al tanto de lo que sucedía en el cuartel general de la policía. A cambio de las noticias que Lestrade nos traía, Holmesestaba dispuesto a escuchar los detalles de algún caso en que estuviera envuelto el inspector y era capaz de descubrir, sin ninguna intervención directa, algún detalle interesante, gracias a su profundo conocimiento y a su experiencia.
Esa tarde, en particular, Lestrade nos había hablado del tiempo y de las noticias de los diarios, quedándose después pensativo y en silencio, mientras fumaba.Holmes lo miró con ojos inquisidores y le preguntó:
—¿Algo interesante entre manos?
—No, señor Holmes, nada en especial.
—Entonces, hábleme de ello. Lestrade sonrió.
—Bueno, señor Holmes, en verdad estoy dándole vueltas a algo. Es un asunto tan absurdo que no me he atrevido a hablarle de él, pero por otra parte, aunque trivial, es extraño y sé que usted siente predilecciónpor todo lo que se sale de lo corriente. En mi opinión, está más en la línea del doctor Watson que en la nuestra.
—¿Enfermedad? —pregunté.
—Probablemente, locura y, además, extraña. Estoy seguro de que usted no creerá que en esta época haya alguien con tanto odio a Napoleón I que rompa cualquier retrato suyo que encuentre.
Holmes se echó hacia atrás en su sillón.
—No es unasunto que me atraiga —dijo.
—Yo pensé lo mismo, sin embargo, cuando el individuo roba figuras que no son suyas para romperlas, deja de ser un problema del médico y pasa a ser de la policía.
Holmes se enderezó nuevamente.
—¡Robo! Esto es más interesante. Cuénteme los detalles.
—Hace cuatro días ocurrió el primer caso. Sucedió en el negocio de Morse Hudson, que tiene un local deventa de cuadros y estatuas en Kensington Road. El ayudante de Hudson había pasado a la trastienda por un momento, cuando oyó un gran estrépito en el negocio; salió rápidamente y encontró en el suelo, hecho añicos, un busto de Napoleón que había estado encima del mostrador, junto con otras obras de arte. Se dirigió rápidamente a la calle y aunque varios transeúntes declararon que habían visto a unhombre salir corriendo del local, no pudo divisar a nadie ni encontrar el medio de identificar al autor. Parecía ser uno de esos actos de vandalismo, sin sentido, que tienen lugar de vez en cuando, y así se lo consideró al denunciarlo a un guardia. La figura de yeso no valía más que unos cuantos chelines y no se estimó que el asunto justificara una investigación.
El segundo caso, sin embargo,fue más serio y también más singular. Ocurrió la noche pasada. En Kensington Road, a unos cientos de yardas del negocio de Morse Hudson, vive un médico muy conocido, el doctor Barricot, que tiene una gran lista de pacientes en el lado sur del Támesis. Su residencia y su consultorio están en Kensington Road, pero tiene una clínica quirúrgica en Lower Brixton Road, unas dos millas más lejos. Estemédico es un admirador de Napoleón y su casa está llena de libros, cuadros y reliquias del emperador francés. No hace mucho, le compró a Morse Hudson dos duplicados en yeso de la cabeza de Napoleón, obra del escultor francés Devine, y colocó uno en el hall de entrada de la casa de Kensington y otro en la chimenea de la clínica de Lower Brixton. Cuando el doctor Barricot bajó esta mañana al consultorio,advirtió que alguien había entrado en la casa durante la noche, pero que no había tocado nada, excepto el busto de yeso de la entrada. Lo habían arrastrado y luego estrellado contra la cerca del jardín, detrás de la cual se han encontrado fragmentos esta mañana. Holmes se frotó las manos.
—Es un asunto verdaderamente novelesco.
—Pensé que le interesaría, pero todavía no he terminado....
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