Licenciatura y maestria
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Francisco ComarazamyHa llegado a nuestras manos el libro “Los Doce Magníficos”, una historia muy completa del baloncesto dominicano, obra de José Oscar Fernández, periodista y productor de televisión de larga trayectoria en medios de comunicación escritos y electrónicos.El libro de 474 páginas, con prólogo del vicealmirante Sigfrido ParedPérez, compañero de infancia del autor en la barriada de San Carlos, gira alrededor de la medalla de oro que un equipo dominicano conquistó en el Torneo Centroamericano y del Caribe de 1977 celebrado en Panamá. El título, relativo a los integrantes de aquel conjunto, guarda referencia con el “western” de los años 60 protagonizado por Yul Brynner, Steve McQueen y Charles Bronson, entreotros.Fernández aprovecha la coyuntura de su idolatría por ese grupo de héroes deportivos para tejer una magnífico relato de la génesis del deporte del aro y el balón en República Dominicana, atravesando por sus diversas etapas de desarrollo hasta llegar a nuestros días en que dicha disciplina ocupa un prominente sitial en la preferencia de seguidores y practicantes, talvez sólo superada por el béisbol.Lassemblanzas de Hugo Cabrera, Eduardo Gómez, Vinicio Muñoz, Francisco Prats, Iván Mieses, Manolo Prince, Alejandro Tejeda, Víctor Chacón, Chicho Sibilio, Evaristo Pérez, Pepe Rozón y Héctor Báez conforman el corazón de la obra que recoge la versión de que fue en San Pedro de Macorís en 1914 donde y cuando se jugó el primer partido oficial de baloncesto en suelo dominicano.Escrito en lenguaje sencillo,el autor nos demuestra a través de todo el libro ser poseedor de un amplio dominio del tema, tanto histórico como técnico, habiendo sido protagonista directo o indirecto durante una buena etapa del baloncesto dominicano a partir de la mitad de la década de los años 60. Se trata de una obra de indudable valor que no puede estar ausente de la biblioteca de todos aquellos interesados en el quehacerdeportivo nacional.El libro de José Oscar, donde me hace el honor de recordar en el preludio un mensaje escrito por el autor de la columna como exhortación a las nuevas generaciones de periodistas, me ha traido muchos recuerdos de hace casi cincuenta años cuando mi casa era un enjambre de jugadores de basquetbol que giraba alrededor de mis hijos Daniel y Roosevelt, empeñados en dominar el deporteinventado por James Naismith en 1891.Imitando el inicio de esa disciplina en Massachusetts, cuyas primeras canastas fueron viejas cubetas de frutos, en los frentes de mi casa en la calle Manuel María Castillo, en las inmediaciones del Palacio Nacional y en plena dictadura, los muchachos clavaron en el poste del alumbrado un rústico tablero con su aro hecho de una varilla de hierro. Desafiando eltránsito de los pocos carros que entonces transitaban por esa vía, inició Roosevelt una carrera deportiva que lo llevaría hasta la Selección Dominicana y que terminaría cuando concluyó su otra carrera en la escuela de Derecho.Además de los Comarazamy, allí jugaban Manuel Acosta, July Barnett, los hermanos Ique y Pepe Fernández de Castro, Rafael Pérez Guerra, Johnny y Nelson Fernández, MiguelGuerrero, y otros muchachos del barrio quienes sudaban su fiebre hasta altas horas de la noche, saciaban su sed entrando por agua a la pequeña vivienda como “Pedro por su casa”, y aprovechaban el momento para despegar uno que otro guineo del permanente racimo colgado en el fondo del hogar.Esa tradición se trasladó junto con la mudanza al Ensanche Naco en los frentes del Club, donde mi hijo menor formóel primer equipo de baloncesto de esa sociedad. Y es que cuando se dio inicio a la preparación del equipo que competiría en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1974, era mi casa utilizada como una especie de vestidor donde los jugadores se enfundaban en sus ropas para las prácticas de un norteamericano que ahora me entero se llamaba Steve Clark.Muchas de las figuras del baloncesto...
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