nada
Michoacán
Alvaro Enrigue
Porque la palabra no es amor.
sino un asesino
Leopoldo María Panero
Llegué a Tzintzuntzán por la noche y casi no la reconocí. Seguía siendo un pueblo miserable a pesar de sus viejas grandezas, pero además ya era horrible: estaba descarapelado, a reventar de vendedores ambulantes con chucherías idénticas de un puesto a otro y ensordecedores discos piratas; otroimperio de la arquitectura pos tercera guerra mundial en la que es rica la patria: casitas grises de monoblock con las varillas echadas para un tercer piso que nunca va a llegar, tinacos como atalayas ciegas.
Llegué porque teníamos un quinto hermano. Eso lo pienso sólo yo; todos los demás dicen que no es cierto, que era sólo mío e imaginario. Insiste mi hermana: Yo no me acuerdo de él porque noexistía, pero sí de su fantasma; le decías Robin.
Aunque no puedo fijar ni su cara ni alguna manía específica que singularice a Robin, tengo grabados entre los surcos de la corteza cerebral el sonido de su respiración y el calor de su mano, un poco más gorda y mucho más chica, aletargada en la mía durante el Festín de los Enanos.
Vivíamos en un departamento largo y repleto de cosas en el que habíados habitaciones para los niños. En una dormíamos los dos mayores y yo, en la otra mi hermana sola, con una camita junto. Entonces por qué había una segunda cama en tu cuarto, le pregunté a ella cuando insistió en que Robin no existió. Era para los invitados, me respondió. Nunca teníamos invitados. Cómo no, dijo, la Yaya, cuando venía a visitar a sus amigas de México. A partir de ese momento laconversación se degradó. ¿Por qué dices México?, le pregunté, si México es todo el país; ¿por qué no dices el DF, como todos? Porque así nos enseñaron, respondió.
Yo no recuerdo a la Yaya. Murió cuando yo era bebé, por lo que, si llegó a usar la segunda cama del cuarto de mi hermana, fue antes de que naciera yo y, con más razón, Robin, que habría sido menor que yo. No éramos de los que teníanabuelos que visitar en la provincia: una casa grande y ventilada, una criada cariñosa, limonada, perros, despedidas tristes al final de las vacaciones. No tuvimos nada de eso. Sólo papá y mamá que trabajaban todo el día y que los fines de semana compensaban con viajes relámpago a lugares tal vez demasiado lejanos para las cuarenta y ocho horas de descanso a que tiene derecho una víctima de la semanainglesa. Tenían una peculiar afición por la región lacustre de Michoacán, a donde íbamos a dar con frecuencia incómoda.
Cuando volví muchos años después, llegué por la noche y pregunté en el hotel por el edificio de los bungalows en que solíamos quedarnos. Era un edificio blanco, con balcones, cerca del centro del pueblo, que crece de espaldas al lago. ¿Se imagina usted, me dijo el dependiente,cuántos edificios blancos que han servido de albergue ha habido aquí? Tenía razón. Me parece, le dije, que era de un gringo. Dijo: Puf, y me recomendó que fuera a la oficina de turismo o a la de planeación urbana. ¿Cuál planeación, le dije, si el pueblo está destruido? Me respondió con un enigmático Por eso, que pudo deberse a la falta de planes o a la presencia de un gringo. Al día siguiente medesperté temprano y salí a buscar el edificio calle por calle. Tzintzuntzán sigue siendo un pueblo chico a pesar de haber sido alguna vez una capital que midió sus fuerzas con gloria ante los aztecas feroces. Un mundo entero rebanado por la Historia, diosa centralista y cretina, que convirtió a México, que era una ciudad, en un país. Nosotros crecimos en México, la ciudad país.
Estoy seguro de queRobin no iba en el coche cuando papá nos llevaba a la escuela en la mañana, enloquecido de prisa. Se quedaría en casa, tal vez con la vecina: mientras fuimos niños, siempre comíamos en su departamento. Era una vieja dulce y tartamuda que se llamaba Tina. Nuestros padres le pagaban una renta mensual por nuestros gastos y por los días en que tenía que cuidar a alguno que cayera enfermo.
En época...
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