UN COLOMBIANO EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.
Foto: Óscar Pérez
“Yo terminé en el frente de combate porque a Colombia llegaban las noticias del inicio de la guerra y de las gestas de la Real Fuerza Aérea Británica. Desde niño siempre quise ser aviador y el gran Camilo Daza fue mi instructor en Flandes. A los 14 años ya tenía licencia. Cuando se supo que Colombia estaba con los aliados y que los jóvenes que se presentaran en Panamá ibana ser reclutados, me fui de mi casa sin avisar y me embarqué hacia Inglaterra en octubre de 1941, con sólo 19 años.
En Londres pedí que me dejaran demostrar mi pericia como piloto, pero como no sabía inglés me destinaron al cuerpo de voluntarios de la Legión Extranjera de Francia. Éramos 500 latinoamericanos. Colombianos unos 70, aunque a quien tuve más cerca fue a Gustavo Quintero, que todavíavive en Cali. Todos los demás ya murieron, como Pacho Fonseca, Azael Torrado, Gil Serrano, Leonidas Cuartas.
Nos entrenaron durante cuatro meses en el Old Deam Camp de Camberley, antes de enviarnos en el famoso trasatlántico Britanic hacia África. No tenía ni idea de qué era una guerra, a pesar de que ya sabía manejar el fusil y cavar una trinchera. Disfruté el paseo hasta que en la cubierta delbarco las caras de todos esos muchachos me contagiaron el miedo y la soledad. Se hablaba de la posibilidad de que los submarinos alemanes nos hicieran naufragar.
Logramos llegar al Canal del Suez, en Egipto, nos dieron un bidón de agua y otro de vino a cada uno, y de una vez nos mandaron a pie hacia la línea de fuego que le hacía frente a la avanzada alemana en el desierto africano. Llegamos aMarsa Matruh en medio del traqueteo de las ametralladoras Thompson y el sobrevuelo de los bombarderos de Hitler. Empecé a comprender que la posibilidad de volar iba a ser mínima y que tenía que sobrevivir en tierra.
De día hacía un calor insoportable, 40 a 45 grados centígrados, y la noche era bajo cero. Una noche, descansaba sentado contra las llantas de los camiones cuando se nos lanzó unescuadrón de bombarderos stukas. Todo voló en pedazos. Empecé a correr y correr, viendo a mi paso piernas, brazos, intestinos de mis compañeros. Tuve que acostumbrarme a ver esa tragedia diaria. Para eso era el vino italiano o francés que llegaba con el agua desde El Cairo. Para mantenernos medio borrachos y listos para combatir.
El vino de tropa era tinto, seco, muy fuerte, feo pero necesario. Nunca nosfaltó. En ese estado me sentía más valiente y mitigaba el miedo, que no sólo era porque el enemigo lo matara a uno, sino también por la orden que había de dispararles a los propios compañeros que se acobardaran a la hora de marchar hacia el frente. Es que el miedo, una cosa es contarlo y otra vivirlo allá, en medio de los ataques y la mortandad, cuando se le aflojan las piernas a cualquiera ymuchos se orinan.
Stukas yendo, stukas viniendo, estuve en las batallas de Egipto, Libia, Siria, Palestina y Túnez. Recuerdo en especial las de Bir-Hacheim y El Alamein, donde fuimos derrotados y debimos retirarnos hacia Alejandría, al delta del río Nilo. Después de meses de repliegues y avances recobramos la avanzada hasta recuperar Tobruk, una playa gigante donde no había lugar para atrincherarse.Los choques duraban semanas completas, me hirieron en las piernas y superé una apendicitis de la que me operaron sin anestesia dentro de un camión. Me salvé por la providencia.
No se me olvida tampoco el grado de deshidratación al que llegamos. Parecía que se evaporaba la saliva y la garganta estaba tan seca que ardía. De susto en susto, de borrachera en borrachera, aprendí francés e inglés. Asíterminé conociendo al gran general Bernard Law Montgomery, nuestro comandante máximo en África.
A nosotros nos llamaban las ‘Ratas del Desierto’ y eso era un honor porque éramos quienes poníamos el pecho a los fusiles, sabíamos esquivar las lluvias de granadas y los ‘jardines del diablo’ —los campos minados alemanes— hasta doblegar los nidos de ametralladoras enemigos para rematarlos con...
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