Vida de Vivos
Conversaciones incidentales
y retratos sin retocar
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08/04/2009, 14:01
MARÍA MORENO
VIDA DE VIVOS
Conversaciones incidentales
y retratos sin retocar
EDITORIAL SUDAMERICANA
BUENOS AIRES
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Entre nos
(apuntes para una teoría de la entrevista)
Más que una introducción, ésta es una intromisión. Incluso unaintromisión donde, con el pretexto de dar cuenta del género entrevista
a partir de mi propia experiencia, he sentido el impulso de contar mi
vida, pero ya van a ver que no es para irme del tema.
La calle San Luis, una frontera difusa entre el Once y el Abasto
—la ambición le dictaba a mi madre explicarla como perteneciente al
Barrio Norte—, se extendía en negocios improvisados en un zaguán,edificios de departamentos donde la novedad del incinerador ofrecía
una modernidad accesible en cómodas cuotas y casonas con garaje que
no acostumbraban abrir sus persianas a ese tránsito de carros cargados
de verduras, botellas vacías y artículos de mimbre; de reparadores de
paraguas y de afiladores de cuchillos, amén de los clásicos cuenteniques a los que se burlaba repitiéndoles el antiguopregón de “beines,
beinetas, jabones, jabonetas”. Flanqueada por dos grandes conventillos ocupados por la comunidad turca —sobre Larrea vivían los Talamán, hoy prósperos toalleros y manteleros, sobre Paso los Dayan,
dueños de varias casas puestas en alquiler que nunca quedaban más
allá del Bar León—, San Luis retenía el siglo XIX que tanto me interesó
más tarde.
Un balcón de bajos, adornadocon hierros retorcidos, fue mi primer mangrullo de cronista. Cronista inopinada a la que todo le entraba por los ojos, aun cuando no supiera leer ni escribir. Cronista sin
práctica más que la de tomar lista a las presencias repetidas y abocadas a tareas sin mayores variaciones: la puta que enseñaba el catecismo a domicilio, el niño que dormía en un cajón, la enana que llevaba
una canasta sobre lacabeza tenían una coloratura tan natural que no
hacían falta palabras para narrar. Por otra parte, mi edad no daba para
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atesorar recuerdos populistas. Mi abuela era la portera de un edificio
de departamentos en ruinas al que no se le llamaba conventillo por el
hecho de que mi madre —doctora en química— vivía allí y había
puesto en la puerta unaplaca donde promocionaba su laboratorio de
análisis clínicos. Yo ayudaba a mi abuela bajando la manija del automático en el tablero de las luces a la hora en que los escasos inquilinos calaveras salían para dirigirse al centro. Era cronista de interior
también, puesto que no se me permitía bajar a la calle y sólo podía
levantar testimonio del balcón para adentro. La ocasión era la entrega de lacorrespondencia, que exigía la subida metódica de dos pisos
por escalera. En el departamento 2 los Unger, los Seiden y los
Fleicher, en el 3 los Wundailer, las Dimant y los Rodríguez, en el 4 el
sargento Vera y el señor Zubarán, otros Rodríguez y las Pomeranz.
Sólo la señora Mandelbaum vivía sola en un cuarto del segundo piso
que antaño había sido la portería. Recuerdo las variadascaligrafías
de los sobres, la Z barroca de la hermana del señor Zubarán cuya letra ocupaba todo el sobre, los trazos torpes que rezaban un “Rodríguez” con s y, en contraste, la complicada grafía de los apellidos judíos. Como recuerdo la profusión de las cartas, su frecuencia, el enigma de los remitentes que iban de Goya a Lodz, la mayoría imposibles
de leer en voz alta a la altura del primero superior. LosSeiden, los
Fleicher y la señora Mandelbaum llevaban tatuados en los brazos
números de varias cifras, algo a lo que en mi casa se aludía en voz
baja y cuyo sentido ignoré durante mucho tiempo. De la señora Ruth
Seiden se decía que había estudiado pedagogía con Jean Piaget, que
la pena de haber viajado desde tan lejos, de verse obligada a vivir
con dos niños en un cuarto y hacer ella sola...
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