Violencia
CASO LEYDI DAYÁN SANCHEZ TAMAYO
“¿Por qué será que estamos tan llenos de desgracias y tan despojados de alegrías?”
Por el asesinato de Leidy Dayán en una calle bogotana, el Estado pidió perdón pero mantiene viva la impunidad
Eran como las diez de la noche de aquel 21 de marzo de 1998. Nada hacía presagiar que unos minutos después ocurrirían los trágicos sucesos que cambiarían parasiempre la vida y las costumbres de la familia Sánchez Tamayo. Por el contrario, la noche era apacible, estrellada y clara.
A esa hora y como de costumbre, Leidy Dayán, la mamá sustituta, ya le había dado la comida y revisado las tareas a sus hermanitos. También les había puesto sus piyamitas y los cinco retozaban, con las almohadas en sus camas, aguardando a sus padres que no demorarían enllegar.
Sus risas, eran escuchadas por los vecinos, lo cual era cotidiano para ellos. También las percibían desde la distancia sus padres, don Jorge Enrique Sánchez y doña Bertha Tamayo, cuando regresaban a esa hora de su trabajo, el cual consistía en cuidar carros al frente del almacén Olímpica.
“Las risas de nuestros hijos, las que empezábamos a escuchar faltando media cuadra antes de llegar anuestro hogar, eran para nosotros como bendiciones de Dios”, cuenta don Jorge Enrique, con los ojos empapados. Un nudo en la garganta le impidió continuar el relato.
“Por más cansados, por más tristes, por más acongojados que viniéramos; por muy duro que hubiera sido nuestro día, las risas de nuestros hijos era para nosotros un elixir de vitalidad, de renovación, de alegría y de fe”,complementó doña Berta, antes de que el llanto la embargara y la hiciera callar con el rostro oculto entre las manos y sus pensamientos perdidos por los laberintos de sus recuerdos.
El café prestado
El tiempo continuó su inexorable marcha aquella noche fatal. Las agujas del reloj ya casi marcaban las 10 y media. Inquietos por la tardanza de sus padres, Leidy Dayán, Jorge Luis, Gina Paola y María Elena,salieron a esperarlos al portón de la casa; como lo hacían siempre cuando ellos, por alguna razón ajena a su voluntad se demoraban en llegar.
Leidy Dayán, fue la última en salir, porque primero se aseguró de que su hermanito más pequeño se quedara tranquilito y sin llorar. Luego se puso la piyama y se calzó las primeras chancletas que encontró: las de sus mamá. Ya en la calle, acordaron ir conJorge Luis, a donde una vecina a pedirle prestado un poquito de café, para tenerles listo y calientico a sus padres lo que nunca les podía faltar a su llegada, y al que Leidy los había acostumbrado desde hacía tiempo. Un tinto.
“Mi esposo y yo, hoy daríamos nuestras vidas por poder saborear un tintico preparado por Leidy a nuestra llegada del trabajo”, dice doña Berta haciendo una pausa.Suspira profundamente mientras su mirada queda perdida en el cielo, como buscando entre las estrellas los ojos de su hija asesinada. Luego susurra quedamente, como hablando consigo miasma, “ya llevamos 3.277 noches extrañando ese tintico”. Vuelve a llorar.
Jorge Luis y su hermana Leidy, se detuvieron a conversar con unos amiguitos de la cuadra, justo en la mitad del recorrido entre su casa y la dela vecina del café. De vez en cuando Leidy miraba a la esquina por donde en cualquier momento aparecerían sus padres. No fue así.
[pic]De repente, el motor y las luces de las patrullas policiales rompieron la tranquilidad y asustaron a los niños. Ellos, corrieron buscando refugio en sus casas. Algunas permanecían con la puerta abierta, como la de Leidy quién quiso correr velozmente para salvarsu vida, pero hubo tres cosas que le impidieron lograr el objetivo. Primero, porque estaba en chanclas. Segundo, porque estas le quedaban grandes. Y tercero, porque el proyectil que le cegó la vida disparado desde unos veinte metros, fue mucho mas vertiginoso que ella.
Una vaga ilusión
De los carros bajaron agentes de la Policía disparando. Entre ellos se encontraban, Tulcán Vallejos,...
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