H.P Lovecraft El Caos Reptante
H. P. Lovecraft y Elizabeth Berkeley
Mucho es lo que se ha escrito acerca de los placeres y los sufrimientos del
opio. Los éxtasis y horrores de De Quincey y los paradis artificielsde Baudelaire
son conservados e interpretados con tal arte que los hace inmortales, y el mundo
conoce a fondo la belleza, el terror y el misterio de esos oscuros reinos donde elsoñador es transportado. Pero aunque mucho es lo que se ha hablado, ningún
hombre ha osado todavía detallar la naturalezade los fantasmas que entonces se
revelan en la mente, o sugerir la direcciónde los inauditos caminos por cuyo
adornado y exótico curso se ve irresistiblemente lanzado el adicto. De Quincey fue
arrastrado a Asia, esa fecunda tierrade sombras nebulosas cuya temibleantigüedad es tan impresionante que “la inmensa edad de la raza y el nombre se
impone sobre el sentido de juventud en el individuo”, pero él mismo no osó ir más
lejos. Aquellos que hanido más allá rara vez volvieron y, cuando lo hicieron, fue
siempre guardando silencio o sumidos en la locura. Yo consumí opio en una
ocasión... en el año de la plaga, cuando los doctores trataban de aliviar lossufrimientos que no podían curar. Fue una sobredosis —mi médico estaba
agotado por el horror y los esfuerzos— y,verdaderamente, viajé muy lejos.
Finalmente regresé y viví, pero mis noches se colmaron de extraños recuerdos y
nunca más he permitido a un doctor volver a darme opio.
Cuando me administraron la droga, el sufrimiento y el martilleo en mi
cabeza habían sido insufribles. No meimportaba el futuro; huir, bien mediante
curación, inconsciencia o muerte, era cuanto me importaba. Estaba medio
delirando, por eso es difícil ubicar el momento exacto de la transición, pero pienso
que el efecto debió comenzar poco antesde que las palpitaciones dejaran de ser
dolorosas. Como he dicho, fue una sobredosis; por lo cual, mis reacciones
probablemente distaron mucho de sernormales. La sensación de caída,
curiosamente disociada de la idea de gravedad o dirección, fue suprema, aunque
había una impresión secundaria de muchedumbres invisibles de número
incalculable, multitudes de naturaleza infinitamente diversa, aunque todas más o
menos relacionadas conmigo. A veces, menguaba la sensación de caída mientras
sentía que el universo o las eras sedesplomaban antemí. Mis sufrimientos
cesaron repentinamente y comencé a asociar el latido con una fuerza externa más
que con una interna. También se había detenido la caída, dando paso a una
sensación de descanso efímero e inquieto, y, cuando escuché con mayor
atención, fantaseé con que los latidos procedieran de un mar inmenso e
inescrutable, como si sus siniestras y colosales rompientes laceraranalguna playa
desolada tras una tempestad de titánica magnitud. Entonces abrí los ojos.
Por un instante, los contornos parecieron confusos, como una imagen
totalmente desenfocada, pero gradualmente asimilé mi solitaria presencia en una
habitación extraña y hermosa iluminada por multitud de ventanas. No pude
hacerme la idea de la exacta naturaleza de la estancia, porque mis sentidos
1distaban aún de estar ajustados, pero advertí alfombras y colgaduras multicolores,
mesas, sillas, tumbonas y divanes de elaborada factura, y delicados jarrones y
ornatos que sugerían lo exótico sin llegar a ser totalmente ajenos. Todo eso
percibí, aunque no ocupó mucho tiempo en mi mente. Lenta, pero
inexorablemente, arrastrándose sobre miconciencia e imponiéndose a cualquier
otraimpresión, llegó un temor vertiginoso a lo desconocido, un miedo tanto mayor
cuanto que no podía analizarlo y que parecía concernir a una furtiva amenaza que
se aproximaba... no la muerte, sino algo sin nombre, un ente inusitado
indeciblemente más espantoso y aborrecible.
Inmediatamente me percaté de que el símbolo directo y excitante de mi
temor era el odioso martilleo cuyas incesantes...
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