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Páginas: 20 (4802 palabras) Publicado: 4 de agosto de 2015
Ramón de Mesonero Romanos

Una noche de vela

I
El enfermo
¡Oh variedad común, mudanza cierta!
¿quién habrá que en sus males no te espere,
quién habrá que en sus bienes no te tema?
Argensola.

Doy por supuesto que todos mis lectores conocen lo que es pasar una
noche en un alegre salón, saboreando las dulzuras del Carnaval, en medio
de una sociedad bulliciosa y partidaria del movimiento; quierosuponer que
todos o los más de ellos comprenden aquel estado feliz en que constituyen
al hombre la grata conversación con una linda pareja, el ruido de una
orquesta armoniosa, el resplandor de la brillante iluminación, la risa y

algazara de todos aquellos grupos, que se mueven, que se cruzan, que se
separan, y que luego se vuelven a juntar. Quiero igualmente sospechar, que
concluido el baile yllegada la hora fatal del desencantamiento, alguno de
los concurrentes lleno el corazón de fuego y la cabeza de magníficas
ilusiones, reconcentrado su sistema vital en el interior de su
imaginación, no haya hecho alto en la exterioridad de su persona; no haya
reparado en la humedad de su frente, en la dilatación de sus poros, en el
ardor exagerado de su pulmón; y que tan sólo ocupado en sostener unablanca mano para subir a un coche, o en aguardar el turno para reclamar su
capa en un frío callejón, apenas haya reparado que el sudor del rostro se
ha enfriado, que su voz se ha enronquecido, que su pecho y su cabeza van
adquiriendo por momentos cierta pesadez y mal estar.
Doy por supuesto que el tal, de vuelta a su casa, sienta unos amables
escalofríos amenizados de vez en cuando con unatosecilla seca, sendos
latidos en las sienes, y un cierto aumento de gravedad en la parte
superior de su máquina, que apenas le permite tenerse en pie. Quiero
imaginar que le asalten las primeras sospechas de que está malo; y que
tiene que transigir por lo menos con una fuerte constipación; que se mete
en la cama, donde le coge un involuntario y frío temblor, y luego un ardor
insoportable; pero seconsuela con que, merced a un vaso de limonada o un
benéfico sudor, bien podrá estar a la noche en disposición de repetir la
escena anterior. Supongo por último que esta esperanza se desvanece; pues
ni el sudor ni el sosiego son bastantes a devolverle la perdida salud, con
lo cual, y sintiéndose de más en más agravado, hace llamar a su médico,
quien después de echarle un razonable sermón por suimprudencia, le dice
que guarde cama, que se abstenga de toda comida, y que beba no sé qué
brebajes purgativos, intermediados de cataplasmas al vientre, y realzado
el todo con sendos golpes de sanguijuelas donde no es de buen tono
nombrar. Remedios únicos en que se encierra el código de la moderna
escuela facultativa; y que parecen ser la panacea universal para todos los
males conocidos.
Pues bien;después de supuesto todo ello, quiero que ahora supongan
mis lectores, que el sujeto a quien acontecía aquel desmán era el
condesito del Tremedal, sujeto brillante por su ilustre nacimiento, sus
gracias personales, su desenfadada imaginación y una cierta fama de
superioridad, debida a las conquistas amorosa a que había dado fin y cabo
en su majestuosa carrera social. Cualidades eran éstas muy envidiablesy
envidiadas; pero que para el paso actual no le servían de nada, preso
entre vendas y ligaduras, inútil y agobiado, ni más ni menos que el último
parroquiano del hospital.
Mediaba sin embargo alguna diferencia en la situación exterior de
nuestro conde, si bien su naturaleza interior revelaba en tal momento su
completa semejanza con los seres a quienes él no hubiera dignado
compararse. Hallábase,pues, en su casa, asistido más o menos
cuidadosamente, en primer lugar por su esposa, joven hermosa y elegante,
de veinte y cuatro abriles, que si no recordaba a Artemisa, por lo menos
era grande apasionada de las heroínas de Balzac.
Luego venía en la serie de sus veladores un íntimo amigo, un tercero
en concordia de la casa; militar cortesano; cómplice en las amables
calaveradas del esposo;...
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