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Páginas: 61 (15198 palabras) Publicado: 18 de agosto de 2015
Carlos Fonseca

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lueve. Como ayer. Como posiblemente lo haga mañana. El
gris tenue del cielo se funde con el mar y desdibuja la línea del
horizonte. El oleaje bate suave contra la playa y el ruido del agua
al romper en la orilla compone una melodía cadenciosa. La
lluvia, fina, casi imperceptible, envuelve el paisaje con una difusa bruma queacentúa el aire melancólico de la tarde.
Estos son los días que más le gustan. Ha bajado andando
desde su casa en Amara hasta la esquina del hotel Londres para
tomar el paseo de la Concha. La arena de la playa tiene el color
ocre vivo de los días tristes, sin las casetas de loneta a rayas blancas y azules del verano. Camina junto a la barandilla blanca,
mientras algunas parejas se cobijan en lossoportales y otros
aceleran la marcha para escapar del sirimiri.
Le agrada la sensación que produce el agua fría en la cara.
Bost axola. A través de los cristales empañados de La Perla adivina la silueta de una chica con camiseta y pantalón ajustados
que corre en una cinta. Lleva unos cascos en los que imagina
suena una canción que le hace más llevadero el esfuerzo.
Ha recorrido ese paseo cientos deveces, pero no ha perdido
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la atracción que ejerce sobre él. Más aún en otoño, cuando la
ciudad se ha despojado del aire festivo del estío y los miles de
veraneantes que abarrotan la playa los días de sol han marchado
a sus rutinas, dejando ese bellísimo lugar para quienes lo habitan cada día. Gris sobre gris, apenas punteado por el verdeapagado del monte Igeldo. El paisaje es el mismo, ha estado ahí
desde que es capaz de recordar, pero nunca le parece igual.
Los días de mar brava le gusta pasear hasta el rompeolas,
para ver cómo el agua encabritada choca violenta contra las
rocas y eleva su ímpetu por encima de la baranda de acero. Le
impresiona el ruido que produce la batalla entre el mar y la
costa, la manera en que lanaturaleza le muestra al hombre su
insignificancia. Permanece absorto viendo crecer las olas a medida que se aproximan, orgullosas, y espera a que rompan y la
espuma se eleve desafiante. Se encamina después hacia la playa
de la Zurriola por la muralla de piedra que serpentea sobre los
enormes bloques de granito encargados de contener tanta furia
desatada.
Hoy se dirige hacia el extremo opuesto, donde laciudad precipita su final. El punto de no retorno donde el hierro retorcido
de las esculturas de Chillida peina el viento. El mar, aun en los
días más tranquilos, azota allí con estruendo. Hasta ese lugar le
llevaba el aita cuando era un niño para subir en el funicular al
minúsculo parque de atracciones, que entonces le parecía una
feria inabarcable de diversiones.
La montaña suiza era su atracciónfavorita. El aitona le contó una vez, cuando aún no había perdido la capacidad de asombrarse de todo, que se llamaba así y no rusa porque Franco no
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Carlos Fonseca

quería en España nada que sonara a comunista. El aita se resistía a montar —ahora sabe que era puro teatro— hasta que su
insistencia le convencía. Luego se subían una, dos, tres veces, ygritaban cuando el cochecito se precipitaba desbocado por
aquellas rampas enormes que iban a parar a curvas cerradas que
discurrían al borde de la montaña y amenazaban con despeñar
a sus atrevidos ocupantes. El paso del tiempo ajusta las dimensiones de la realidad, y ya sabe que las rampas no son tan
inclinadas, ni las curvas tan peligrosas, ni la montaña suiza ha
arrojado a nadie al mar, pero leagrada dejarse mecer por los
recuerdos.
Ha llegado a la playa de Ondarreta, separada de la Concha
los días de marea alta por las rocas del Pico del Loro, y enfila
hacia el Real Club de Tenis, con las pistas de arcilla desiertas.
Desde allí los contornos de la ciudad se desdibujan y apenas se
aprecia el puerto, desaparecido entre la bruma. La isla de Santa
Clara parece desmochada, y el monte Urgull...
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