Actor

Una invernada en los hielos
CAPÍTULO I
LA BANDERA NEGRA

el cura de la vieja iglesia de Dunkerque se despertó a las cinco de la madruga e inmediatamente abandonó el lecho para decir, según su costumbre, la primera misa rezada, a la que asistían algunos piadosos pecadores.

Revestido con los hábitos sacerdotales, iba a dirigirse al altar cuandoentró en la sacristía un hombre, alegre ydespavorido al mismo tiempo. Eraun marinero de unos sesenta años de edad, pero vigoroso y fuerte todavía, vigoroso y fuerte de buena y honrada catadura.

-Señor cura! -exclamó-. Alto ahí!
-Qué le ocurre tan temprano, Juan Cornbutte? -replicó el cura.
-¿Lo que me pasa? Que tengo un deseo loco de abrazarlo, quiera usted
o no.
-Pues bien, después de la misa a que va a asistir...
-¡La misa!-respondió, riendose, el viejo marino-. Pero cree usted
que yo voy a permitirle que diga ahora misa?
-Y por qué no he de decir misa? Explíquese. Ya se ha dado el tercer
toque de campana.

-Que se haya dado o no el tercer toque poco importa -replicó JuanCornbutte-. Otros toques de campanas sonarán hoy, señor cura, porque usted me ha prometido bendecir con sus propias manos el matrimonio de mi hijoLuis yde mi sobrina María

-Luego, ha llegado? -interrogó alegremente el cura.

-No tardará mucho -contestó Cornbutte, frotándose las manos-,porque el vigía ha seña1alado, al salir el sol, nuestro bergantín, el que usted bautizó con el nombre de La Joven Audaz.

-Le felicito con todo mi corazón, amigo Cornbutte -dijo el cura,despoándose de la casulla y de la estola-. Recuerdo nuestro convenio.Else\u00f1or vicario me va a reemplazar y estar\u00e9 a la disposici\u00f3n de usted para lallegada de su querido hijo.

-Le prometo que no le tendr\u00e1 a usted en ayunas demasiado tiempo -respondi\u00f3 el marinero-. Como usted mismo ha publicado ya lasamonestaciones, s\u00f3lo necesitar\u00e1 absolverlo de los pecados que haya podidocometer entre el agua y el celo en los mares del Norte.\u00a1Ha sido una hermosaidea la que se me ha ocurrido, al disponer que la boda se celebre el mismod\u00eda de la llegada de mi hijo Luis, quien, al salir del bergant\u00edn, se dirigir\u00e1 a laiglesia!

-Vaya, entonces, a disponerlo todo, Cornbutte.
-Voy corriendo, señor cura. ¡Hasta muy pronto!
El marinero volvi\u00f3 apresuradamente a su casa, situada en el muelledel puerto mercante, desde laque se ve\u00eda el mar del Norte, cosa de la que está Cornbutte muy ufano.

Juan Cornbutte había hecho alguna fortuna con su profesión. Después de haber mandado durante largo tiempo los buques de un rico armador de El Havre, se fijó en residencia en su ciudad natal e hizo construir por su cuenta el bergantí La Joven Audaz.

En este barco hizo varios viajes al Norte, y en todos ellos tuvolasuerte de vender a buen precio sus cargamentos de madera, de hierro ya lquitrán. Después cedió el mando a su hijo Luis, bravo mozo de treinta años de edad, que, según la opinión de los capitanes de cabotaje, era el marinero más valiente de Dunkerque.

Luis Cornbutte había partido, profundamente enamorado de María, la
sobrina de sus padre, a quien pareció muy largos los días de ausencia.María, que apenas tenía veinte años de edad, era una hermosa flamenca, por cuyas venas corrían algunas gotas de sangre holandesa. Sumadre, al morir, la había confiado a su hermano Juan Cornbutte, y este bravo marino, que la amaba como si fuera su hija propia, veía en el proyectado matrimonio un manantial de verdadera y durable felicidad.

La llegada del bergantín, señalando en alta mar,terminaba a unaimportante operación comercial, que debía producir a Juan Cornbutte gran provecho. La Joven Audaz, que había partido tres meses antes regresaba de Bodue, en la costa occidental de Noruega, habiendo hechorápidamente su viaje.

Al regresar Juan Cornbutte a su casa, la encontría toda revuelta.
María, radiante dejúbilo, poniéndose su traje de boda.
-¡Con tal que el bergantín no llegue antes...