Allende Los Mares

ALLENDE LOS MARES Horacio Robles Torres


-¡Los hombres no lloran!- Decía mi padre con voz severa y profunda. Yo creo que lo decía por repetición, porque su padre se lo dijo tanto, que después sintió la obligación de decírmelo también, y con el mismo tono inexorable del abuelo. No pude evitar su recuerdoque me sustrajo del motivo mismo que me había hecho recordarlo. Partíamos del puerto de Acapulco, y las gaviotas parecían despedirnos entre la brisa suave del medio día, acompañando los adioses de las manos que, como el vaivén de las olas, nos deseaban buena mar y mejores vientos.
El recuerdo de mi padre me vino porque una lágrima escurrió rebelde por mi mejilla en el momento justo que elBuque Escuela Cuahutemoc lanzaba el estruendoso alarido del adiós que retumbó en toda la bahía de Santa Lucía. Todos a bordo lloraban. Los más, lo hacían en silencio y sin lágrimas. Con el rostro en alto y la mirada firme del deber que llama. Con ese llanto que sólo puede notar aquel que también llora sin llanto, con el dolor constreñido en la garganta. Algunos, los más atrevidos, sonreían paraocultar detrás de la falsa sonrisa, el verdadero sentir. Éramos hombres de mar.
La muerte reciente de mi padre aún calaba hondo y me costaba trabajo tener que irme lejos de todo lo que conocía. Sin embargo, tampoco quería quedarme. Su recuerdo me venía a cada rato por cualquier cosa, y mi mundo entero estaba impregnado de él. Me provocaba un sentimiento como de frustración, pensar que nunca másvolvería a verlo. No podría contarle de mi viaje de prácticas, no le contaría de los países que él sólo conoció en los libros. Eso me daba enojo. Porque al fin y al cabo su muerte fue un terrible acontecimiento evitable.


El viento comenzó a soplar ligeramente y el calor del medio día se hizo soportable. La bahía parecía alejarse y el mundo se hacía de agua, de olas, de sal. La expectativadel viaje se mezclaba con el sentimiento de nostalgia que ya volvía ajenos aquellos detalles simples de la vida que solo notas con la lejanía. Recordé y hasta saboreé el aroma de una sopa de fideos con cilantro muy simple que mi madre hacía cuando no quería dedicarle mucho tiempo a la cocina, y que acompañada con salsa verde, era el platillo de entrada más común de mi cercana infancia; y de tanescueto, lo había olvidado hasta ese día en que los fantasmas marginados de la vida cotidiana se presentaban a reclamar su lugar en la memoria.


El silencio a bordo casi podía escucharse; como un lejano murmullo que acompañaba las labores ordenadas. Todos los cadetes nos conocíamos muy bien después de los años que pasamos juntos en la Heroica Escuela Naval de la que, después de ese viaje,egresaríamos. Detrás de ese sentimiento de nostalgia adelantada, se dejaba asomar la curiosidad alegre del sueño logrado. Ese sueño que nos llevó a soportar la vida fiera, allá en la escuela; el sueño que nos alejaba de la costa y nos llevaba a la inmensidad del mar. Habíamos practicado las labores de abordo muchas veces. Pero ahora, la navegación a vela, como antaño, era el reto a completar en estaretadora travesía.


Allá en la escuela, nos habían forjado el carácter y nos habían dado los principios teóricos que probaríamos abordo. Todos en algún momento pensamos en claudicar, cuando la disciplina se hacía dura. Los defectos de carácter y de personalidad de cada uno de nosotros, se magnificaban en ese orden castrense. Muchos simplemente no llegaron. La vida de nosotros antes de laescuela, era similar: una familia, obligaciones escolares normales. Pero al ingresar a la Escuela Naval, todo cambió violentamente para todos. Algunos, ni si quiera regresaron después del primer domingo libre. Otros aguantaron hasta que la convicción se les derrumbó. Uno de ellos, Jaime Alberto Santillán, soportó todo el rigor del cambio brusco al que fuimos sometidos. Su porte de mulato curtido,...