antologias

Páginas: 8 (1865 palabras) Publicado: 3 de diciembre de 2013
-¡En fin! -exclamó Renato en un arrebato de gozo, tendiendo la mano a su novia para recibirla a bordo.
-¡En fin! -creyó Elena oír, como un eco fatídico entre el grupo de marinos que la rodeaban.
Y tuvo miedo.
Pero la voz alegre de su padre disipó su penosa emoción.
-Teniente -exclamó, poniendo la mano de su hija en la de Renato-, he aquí tu esposa. Mirad allá esas doradas nubes que velan elhorizonte: tras de ellas está la Francia. En su amada ribera, bajo la calurosa región del Mediodía se asienta una ciudad de blancas cúpulas y de aspecto oriental: Marsella.
Allí, rodeada de vergeles, a la sombra de dos palmeras, una misteriosa casita está diciendo a los recién casados: ¡Habitadme!
¡Y estrechó en un solo abrazo a los dos amantes!
-Entretanto -añadió con entusiasmo- la cubiertadel «Alción» es ya el suelo de la patria. ¡Viva la Francia! ¡Abrazadme, hijos míos! Y tú, Demetrio, mi valiente piloto, deja por un momento ese aire sombrío, y da la mano a mi hija. ¿Por qué huyes de ella? Se diría que la aborreces. Siempre te vi así, esquivo y huraño en su presencia.
El extraño personaje a quien el capitán se dirigía, se acercó a Elena, que sintió pesar sobre ella una mirada defuego.
Y sentada sola en la cámara, mientras que Renato y su padre se ocupaban de la maniobra, pensaba todavía en la expresión, a la vez feroz y codiciosa, de aquella mirada; y por más que rechazaba como pueril aquella preocupación, un vago terror se apoderaba de su ánimo.
La noche había cerrado, y el puente del «Alción» estaba desierto. Dos hombres velaban solos: uno en el timón, otro en elcastillo de proa. Profundo silencio, el silencio solemne del mar reinaba en torno. Sin embargo, de la escotilla iluminada de la cámara del capitán se elevaban de vez en cuando rumores de voces que venían a interrumpirlo.
Y así pasaron las horas.
El hombre del timón consultó de pronto su reloj, y dejando la barra, fue hacia el del castillo de proa. Acercose al hombre que allí velaba, y:
-La hora hallegado -dijo quedo. Y deslizándose como una sombra, bajó a la cámara donde dormía la gente, y abrió una linterna sorda que llevaba consigo.
En el mismo instante, de cada hamaca saltó un hombre armado.
-¡Bien! -exclamó Demetrio, que alumbrado por la luz rojiza de la linterna, tenía un aspecto feroz-, bien, camaradas. Estabais listos. Arriba, pues, y a ellos. Para vosotros las riquezas: para míesa mujer que jure hacer mía desde el momento que la vi. Por ella abandoné la bella «Urca», de sombrías velas, terror del Archipiélago; por ella, disfrazado bajo el vestido de marino calabrés, manejo el timón de esta bicoca, esperando el día que debía traerla a nuestro bordo. Vosotros me obedecéis con el miserable nombre de Demetrio Dandini: ¿qué haréis cuando os diga que soy Cerninio de Lesbos, eljefe de todos los piratas que espuman los mares desde Chipre hasta Cerdeña?
A ese nombre formidable aquellos hombres palidecieron. Más o menos piratas todos ellos, ninguno sin embargo, conocía sino de nombre al terrible corsario tan temido en las costas de Oriente.
Doblada una rodilla y las frentes inclinadas, llevaron la mano al corazón, en señal de homenaje.
El corsario apagó su linterna, yseguido de sus bandidos, ganó la escalera, llegó al puente, y se dirigió a la cámara donde el capitán, su hija y Renato, sentados a la mesa, comenzaban a gustar una cena compuesta de frutas y deliciosos vinos.
-Padre -dijo Elena, sin poder dominar la extraña inquietud que a pesar suyo invadía su ánimo-, ¿por qué has llenado tu barco de griegos?
-Son buenos marineros, hija mía. El isleño delArchipiélago es fuerte y sufrido en el rudo trabajo del mar. Por lo demás, mía no es la culpa. Demetrio reemplazó uno a uno con ellos a los pobres bretones que me arrebató la peste.
Al nombre de Demetrio, Elena se estremeció porque creyó ver al través de la escotilla dos ojos de fuego que la contemplaban entre las tinieblas.
De repente, estrechando con temor el brazo al capitán:
-¡Padre! -murmuró...
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