Biogeo
Por Pico Iyer, Agosto de 2000
Aún no se han desvanecido lasestrellas cuando las campanas llaman a maitines. A medida que el cielo de Big Sur, California, cambia del índigo al blanco y luego al azul, el mar aparece allá abajo, a más de 300 metros, enmarcado poreucaliptos enjutos y doradas hierbas de las pampas de dos metros de altura. A lo largo de la costa, hacia el sur, las montañas descienden hasta el océano. Unos monjes con capuchas blancas avanzanpor un sendero sinuoso, entre mariposas monarca negras y anaranjadas que revolotean sobre las flores silvestres. Al alba sólo se oye el canto de los pájaros y las carreras de los conejos por el montebajo.Hacia el atardecer, tres ciervos mulo se reúnen a la sombra de la capilla, y al anochecer, un zorro se acerca al porche de mi cabaña para pedir su cena. Casi no hay luces hasta donde alcanzala vista, ni siquiera casas, tan sólo los faros traseros de coches que a veces centellean a lo lejos en la costa y, por todas partes, un derroche de estrellas. Cierto es que todos los monasteriosparecen ajenos a este mundo, y de hecho hay algunos más aislados que la ermita benedictina del Inmaculado Corazón, situada en las montañas del Big Sur, donde suelo pasar algunas semanas todos los años.Pero la atmósfera virginal del lugar, la mezcla de fuerza natural y profundidad espiritual, es aún más intensa que la que pude percibir en Etiopía o el Tibet. En Big Sur, un santuario como éste noes la excepción, sino la regla. Los 150 kilómetros de litoral rocoso, que se extienden desde Carmel en el norte (donde Clint Eastwood fue alcalde) hasta San Simeón en el sur (donde William RandolphHearst construyó su castillo de 165 habitaciones), son como un gran monasterio situado en el corazón del Oeste y consagrado a la soledad, la naturaleza y el silencio, lejos del ajetreo de la vida...
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