Campos de fresas
Jordi Sierra i Fabra Campos de fresas
1 (Blancas: e4)
Abrió los ojos cuando el primer zumbido del teléfono aún no había muerto y lo primero que encontró fueron los
dígitos verdes de su radioreloj en la oscuridad de la noche.
Por ello supo que la llamada no podía ser buena. Ninguna llamada telefónica lo es en la madrugada. Alargó el brazo en el preciso momento en que sobrevenía el silencio entre el primer y el segundo zumbido, y tropezó con el vaso de
agua depositado en la mesita de noche. Lo derribó. A su lado, su mujer también se agitó por el brusco despertar.
Fue ella la que encendió la luz de su propia mesita.
La mano del hombre se aferró al auricular del teléfono. Lo descolgó mientras se incorporaba un poco para hablar, y se lo llevó al oído. Su pregunta fue rápida, alarmada.
—¿Sí? Escuchó una voz neutra, opaca. Una voz desconocida. —¿El señor Salas? —Soy yo. —Verá, señor —la voz,
de mujer, se tomó una especie de respiro. O más bien fue como si se dispusiera a tomar carrerilla—. Le llamo desde
el Clínico. Me temo que ha sucedido algo delicado y necesitamos... —¿Es mi hija? —preguntó automáticamente él. Sintió cómo su mujer se aferraba a su brazo. —Sí, señor Salas —continuó la voz, abierta y directamente—. Nos la
han traído en bastante mal estado y... bueno, aún es pronto para decir nada, ¿entiende? Sería necesario que se
pasara por aquí cuanto antes.
—Pero... ¿está bien? —la tensión le hizo atropellarse, la presión de la mano de su esposa le hizo daño, su cabeza entró en una espiral de miedos y angustias—. Quiero decir...
—Su hija ha tomado algún tipo de sustancia peligrosa, señor Salas. La han traído sus amigos y estamos
haciendo todo lo posible por ella. Es cuanto puedo decirle. Confío en que cuando lleguen aquí tengamos mejores
noticias que darle. —Vamos inmediatamente. —Hospital Clínico. Entren por urgencias. —Gracias... sí, claro, gracias... Se quedó con el
teléfono en la mano, sin darse cuenta de que su mujer ya estaba en pie. Después la miró.
—¿Un accidente de coche? —apenas si consiguió articular palabra ella.
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Jordi Sierra i Fabra Campos de fresas
—No, dicen que se ha... tomado algo —exhaló él. La confusión se empezaba a reflejar en sus rostros. —¿Qué? —fue lo único que logró decir su esposa entre las brumas de su nueva realidad.
2 (Negras: c6)
Cinta, Santi y Máximo no se movían desde hacía ya unos minutos. Era como si no se atrevieran. Sólo de vez en
cuando los ojos de alguno de ellos se dirigían hacia la puerta, por la que había desaparecido el último de los
médicos, o buscaban el apoyo de los demás, apoyo que era hurtado al instante, como si por alguna extraña razón no
quisieran verse ni reconocerse.
—¿Por qué a mí no me ha pasado nada? Había formulado la pregunta media docena de veces, y como las
anteriores, Cinta no tuvo respuesta.
—Yo también estoy bien —dijo Máximo. —Dejadlo, ¿vale? —pidió Santi. —¿Qué vamos a...? La pregunta de Cinta murió antes de formularla. Desde que había empezado todo, los nervios se mantenían a flor de piel, pero aún
adormecidos, o mejor dicho atontados, a causa del estallido de la situación. Ahora empezaban a aflorar plenamente.
Fue Santi el primero en reaccionar, y lo hizo para sentarse al lado de ella. La rodeó con un brazo y la atrajo
suavemente hacia sí. Después la besó en la frente. Cinta se dejó arrastrar y apoyó la cabeza en él. Luego cerró los
ojos.
Comenzó a llorar suavemente. —Ha sido un accidente —suspiró Santi con un hilo de voz. Máximo hundió su cabeza
entre sus manos. Cinta se desahogó sólo unos segundos. Acabó mordiéndose el labio inferior. Sin desprenderse del
amparo protector de Santi, pronunció el nombre que todos tenían en ese mismo instante en la mente. ...
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