Cecilio Acosta

A veces nuestra historia luce como un rosario de desaciertos personales y
colectivos, como una colcha de retazos de la insensatez o la locura. Y cuando, como
escape a las angustias y dolores delhoy, hurgamos en los archivos del pasado, en lugar
de encontrar el anhelado bálsamo para recuperar la confianza en la rectificación de
nuestra andanza, las cuestiones acuciantes que quedaron sinrespuesta (al menos sin
respuesta adecuada) y los comportamientos censurables nos hacen paladear una
sensación amarga: la visión de nuestro agitado proceso republicano como un decurso en
el cualse da, una vez y otra, la contumaz reiteración de nuestras fallas. Como dijera
Ramón J. Velásquez, “la mayoría de los problemas políticos vigentes en el siglo XIX
tienen ahora un nuevo vestido,pero su esencia es la misma”1
. Y agregaba: “La historia
de Venezuela tiene mucho de teatro, algunas veces de drama, pero casi siempre de
comedia y sainete”2
.
Salvan el poso amargo y dejan buenregusto los héroes civiles. Aquellos que
permiten el grato reencuentro con la doxa civilista en la afirmación republicana de la
Patria. Esa es la más desconocida. Porque la historia oficial hasido, en buena parte, la
historia de la exaltación del caudillismo. Porque el civilismo, desde José María Vargas,
Rector de la Universidad de Caracas y albacea testamentario del Libertador, ha vistotruncada su tarea de educación ciudadana por un pretorianismo lamentablemente
recurrente, siempre con apariciones metastásicas. La historia nutrida de la violencia
guerrerista, la del olor apólvora y cinturón de balas, está poblada de algunos héroes
auténticos y muchos falsos héroes; sus perfiles casi siempre difuminan u ocultan el
protagonismo de un pueblo que aún camina buscando suhorma propia. Entre otras
cosas porque cuando ese pueblo ha sido llamado protagonista ha sido para
instrumentalizarlo en función de la lujuria del poder de algunos poderosos, casi siempre...