Crónica de Trabajo

Sobre trabajos y percances

Trabajar desde chica fue una necesidad propia, no familiar. Desde que tengo memoria vendía tareas a mis compañeritos y, cuando crecimos y nos osamos a más, trabajos prácticos, cuadernos de caligrafía y machetes de pruebas. Tener plata me hacía sentir grande, independiente, super woman. Al tiempo, las monedas que llevaban mis compañeros para el recreo me empezaron aaburrir y quise incursionar en el mercado laboral. Cobre en pesos, patacones, tickets trueque. A los 10, 12 años vendía velas aromáticas artesanales para una amiga de mi vieja, quien más tarde se convirtió en jefa mía durante muchos años en un polo médico donde trabajé como administrativa a los 16. En el medio de ese tramo, ayude en casa con un videoclub que tuvo por un par de años mi familia.De changa en changa, caí a mi primer trabajo donde no mediaron mis papas ni el colegio: un restaurante de comida típica boliviana.
El horror.
Mis jefes hablaban un español zarazaseado a medias y cuando se enojaban conmigo me hablaban (insultaban, creo yo) en quechua. Los comensales menos que eso, jamás entendía que me pedían y provocaba más quechua de parte de mis empleadores. Como quedaba enLiniers, me fui todas mis vacaciones de verano a vivir en un cuartito que tenían para las empleadas atrás del local. Esclavitud, ¿Dónde? Habitación 2 x 3, paredes de ladrillo sin revocar y un par de colchones por ahí desparramados conformaban mi palaciega habitación, que compartía con cuatro empleadas más. Teníamos horarios inhumanos de trabajo: a las 3 de la madrugada arriba a ayudar con lapanadería, ya nos quedábamos despiertas atendiendo a la gente que venía a comprar cajones de verdura al mercado que estaba enfrente. A las 11:00 a dormir una pseudo siesta, a las 16 abríamos de vuelta de corrido hasta las once de la noche. No llegué a completar el periodo de vacaciones. Creo que estuve una semana, capaz fueron dos días, para mí fue una eternidad.
Después de esa experiencia, le siguióel trabajo de administrativa con mi anterior proveedora de velas artesanales, que resultaba ser también doctora y tenía una mini empresa de medicina laboral. Como me conocía desde chica, me puso como Data Entry en las tardes que tenía libres del colegio. Tiempo después me pasaron a tareas de recepcionista. Un empleo sin penas ni glorias, del que me fui por el bajo salario. Ya me estaba acercandoa los 18, se suponía que iba a tener más ofertas laborales que esos trabajos en negro y conseguido por contactos familiares.
El horror, una vez más.
Burger King. Ahora entendía a los comensales, lamentablemente. “Gordita, dame una cajita mágica para la nena, un wooper extreme para el gordo y a mí una ensalada Caesar porque, tipo que estoy a dieta ¿Cuántas calorías tiene?” Ni puta idea, pensaba;poquitas, respondía. Mi buena onda con los clientes me llevaron al sector de marketing. Son los de camisita rosada, te cambian los juguetes de la cajita y organizan los cumpleaños de los nenes. Benditos cumpleaños, benditos nenes. Se pasaban rápido las horas, pero me tiraban el pelo o me tiraban con las pelotitas del pelotero. Me fui cuando me obligaron a sacar a un nene que pedía monedas dentrodel local, al que cuando le sugerí que se retirara, me devolvió un escupitajo. Ya llevaba un año trabajando ahí.
Otra vez a buscar laburo. Promo-vendedora de DirecTV. ¿Tengo que volver a decir “El horror”?
Enfundada en lycra azul y sonrisas, sin siquiera el amparo de un local, solo una sombrillita modestamente ubicada en el centro de la estación de trenes de mi localidad-pueblo, tenía que atacara mis vecinos de siempre con panfletos y promociones. Algunos, que me conocían desde chiquita, se quedaban escuchando mi perorata por compasión. Otros, me pasaban de lado o agarraban el folleto y lo tiraban dos pasos más adelante. A veces, me acompañaba mi jefa que me daba “tips para vender” tales como “venite con un corpiño más armado”. Tips de los que ella abusaba. 1.45 de altura, escote hasta...