cronica

Dejar de fumar... una cuestión de fe

La Iglesia Adventista de Tres Cruces ofrece mensualmente un programa gratuito para dejar de fumar. La esperanza de poder vencer el hábito, reúne a fieles y no tanto en la casa del Señor. Primera Plana comparte con ustedes una experiencia religiosa


Por Diego Ferreira


El anuncio lo leí cuando la iglesia se ofrecía de puertas cerradas lo que implica,en apariencia, toda una ironía. Aquel cartel daba nota a los interesados que no faltarían tantas noches y tantos días para lo que se prometía con la seguridad de vendedor puerta por puerta. “Deje de fumar en 5 días”. Como fuera, el ardid publicitario concitó algunos días más tarde el interés de varios viciosos con animo de redimirse y la curiosidad de un visitante oportunista, ajeno a la prédica,como yo.
Frío en la ciudad. Temperaturas hostiles para los transeúntes, los que aguardan el número y destino correcto del ómnibus que los lleve a buen resguardo en casa, y peor aún son para aquellos que no esperan por ningún transporte porque la calle es su hogar.
Para llegar a Dios, al menos el que está en la Iglesia Adventista de Tres Cruces, hay que lograr la ascensión quizá no de espíritupero si la del cuerpo que lo contiene a través de algunos pocos escalones que nos depositan en la gran puerta hacia su recepción improvisada. Al tiempo que presentaba credenciales y el propósito de mi ida, otros iban ingresando directamente a la iglesia, saludándose con otros, los colegas o compañeros de esta cofradía antitabaco.
Murmullos y susurros que alborotan en algo el clima derecogimiento que uno presupone como de clima sacrosanto de iglesia, aún así, a nadie parece importarle y es más, todos contribuyen con su cuota de ruido aunque por momentos recuerdan donde se encuentran y entonces muestran algo de cortesía, especialmente en señal de respeto al anfitrión, el Señor estacado en la cruz que los espera al frente donde desemboca la angosta alfombra roja.
Mientras esperaba elcomienzo de lo que había ido a ver y que no sabía muy bien de qué se trataba, provoqué un poco de contacto, interacción humana. Cada una de aquellas personas cargando sus diferentes historias de vida a cuestas, aún así, repetían patrones comunes, claro está. Ese factor común los había reunido toda la semana en la casa de Dios. Mujeres cincuentonas, burócratas del estado, que aceleraron su decisiónde dejarlo antes de que fuese el cigarrillo el que las dejase “sin vida”, un acompañante de tantas noches, silencioso, de aspecto amigable pero que oculta una cara más oscura que la que muestra, una faz tan oscura como la muerte misma. Otras historias no llevan tanto tiempo, aunque el origen casi siempre es el mismo, la adolescencia, el liceo. Marcelo, está sentado sólo y el pelo voluminoso leenmarca su cara de póquer. Estudiante del Liceo Nº 10, tiene 16 años, y el asistir durante esa semana al programa de la Iglesia resultó una decisión personal que venía madurando hace un tiempo pero que de todas formas requería de un último aventón de la familia. La curiosidad mató al gato dicen, y en el caso de Marcelo la curiosidad fue la que hace 2 años le abrió la puerta al vicio y una vez dentrola puerta se cerró. Ahora busca la salida: “...si quisiera humo, me pondría a “chupar” humo del caño de escape de los autos”-reflexiona elocuentemente. Algunos otros asistentes aquella noche me contaron que familiares suyos participaron de estos mismos cursos, pero señalan que anteriormente se “pasaban películas” (como por ejemplo una operación al pulmón de un fumador) con el fin de concientizaral fumador sobre los peligros mortales a los que ha estado expuesto por acción de la nicotina. Esta dejó de ser una práctica normal del programa, según explicó después uno de los organizadores, en vista de las reacciones de algunos espectadores cuya sensibilidad había sido afectada más de lo debido.
La aguja de los minutos del reloj habían descrito su orbita alrededor de la aguja mayor, ésta...