CUENTOS CENTROAMERICANOS

Páginas: 15 (3728 palabras) Publicado: 2 de septiembre de 2014
EL ETERNO TRANSPARENTE
LINDA
BERRÓN
C
uando quiso introducir la llave en la cerradura,comprobó sorprendida que no entraba. Tratónuevamente, pero no pudo. Probó con las demás llaves y tampoco. Observó con detenimiento la cerradura, ¿la habrían cambiado?, parecía la misma desiempre, como la puerta, como la casa. También lallave plateada y redonda era la misma. ¿Habríantachado lacerradura?Tocó el timbre con larga insistencia, dos, tresveces. La muchacha abrió, impaciente y malencarada.Sin decir nada, dio medio vuelta y se fue a la cocina.Todo parecía estar en su lugar. Guardó la llave enla cartera.En el jardín, los niños jugaban con el perro. Latarde estaba soleada. Alejó la incertidumbre de sí y seacercó a darles un beso. No le hicieron mucho caso.Se sentó en la mecedora paradisfrutar un rato dela frescura del corredor. Los heléchos colgaban sinuna gota de brisa.Empezó a oscurecer lentamente. Al rato llegó sumarido. Protestaba por el calor, las presas del tráficoy la reunión que tenía a las ocho de la noche.- ¿Cómo entraste a la casa? -preguntó seria.Él la miró extrañado.- ¿Cómo voy a entrar?, como siempre. ¿Qué es esapregunta tan rara?- ¿Abriste vos mismo la puerta?-insistió con lamisma gravedad.- Claro que no. La muchacha me abrió. Oime, ¿quéte sucede?- Yo no pude abrir la puerta. La llave no entraba en.lacerradura.- Seguro era otra llave.- No, era la misma de siempre.- ¿Comemos ya ? Tengo una reunión a las ocho -ledijo desde el comedor.Deyanira, sin pensar más en el incidente, pero sinolvidarlo tampoco, continuó con la rutina vespertina.Al día siguiente por lamañana, se levantó la primera como de costumbre. Supervisó que los niñosestuvieran listos a las siete, hora en que pasaba elmicrobús a recogerlos. Cuando terminó de arreglarse, se fue a poner loszapatos azules de tacón bajo y comprobó que le quedaban enormes. Se los calzó una y otra vez pero siempre se le salían al caminar. Se probó los negros, losmarrones, los tenis. Todos le quedabangrandes.Su marido se afeitaba concentrado en la imagendel espejo.- ¡Qué raro, todos los zapatos me quedan grandes depronto! -le dijo con tono inseguro.- ¿Te estás haciendo pequeña? -preguntó divertido.Deyanira regresó al dormitorio. Miraba, perpleja,los pares de zapatos que se había probado repetidasveces.-Es increíble -decía en voz baja mientras rellenaba las puntas de los zapatos azules conalgodón.Desayunaron en silencio. Deyanira no se atrevía ahablar de algo que parecía tan absurdo y sin embargo tan inquietante.Se despidieron con un beso y cada uno marchó asu trabajo.Deyanira caminaba costosamente: trataba de aferrarse con los dedos contraídos a la suela bamboleante de los zapatos.Al bajar del bus, el zapato derecho salió despedidoy flie a parar al caño. El agua sucia empapó el algodón.Ahora cojeaba al arrastrar el zapato para que nose saliera.Respiró aliviada cuando llegó al edificio de laempresa donde trabajaba. Al acercarse a su oficina,comprobó que estaba abierta. Se extraño porque sóloella tenía llave.Abrió la puerta y se encontró en su escritorio auna mujer desconocida que tecleaba la máquipa deescribir.- Disculpe —dijo.- ¿En qué le puedo servir? —respondió la mujerconexcelentes modales.Titubeó. Nunca se le había dado bien la defensa delterritorio.- Disculpe -repitió-, ¿quién es usted?La mujer siguió sonriendo.- Marta, para servirle.¿Y qué está haciendo aquí?- Soy la secretaria personal de don Julián, respondiómás seria.- No es posible, la secretaria de don Julián soy yo, éstaes mi oficina, hace casi seis años...
- ¿De qué está usted hablando? ¿Es una broma?—preguntó airada poniéndose de pie. Aquella mujer parecía hablar en serio. No le quedaba más remedio queexplicar lo evidente.- Mire, yo he sido la secretaria de don Julián desdehace seis años. No sé lo que usted pretende, no sé sies una broma de mal gusto, vea, este es mi escritorio,el florero, la fotografía de mis hijos...Y Deyanira enmudeció al ver la fotografía de unatractivo muchacho en el...
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