Desde mi celda

Páginas: 159 (39702 palabras) Publicado: 28 de agosto de 2015
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Desde mi celda

Gustavo Adolfo Bécquer

DESDE MI CELDA

Gustavo Adolfo Bécquer
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Desde mi celda

Gustavo Adolfo Bécquer

I
Queridos amigos: Heme aquí transportado de la noche a la mañana a mi escondido valle de
Veruela; heme aquí instalado de nuevo en el oscuro rincón del cual salí por un momento para
tener el gusto de estrecharos lamano una vez más, fumar un cigarro juntos, charlar un poco y
recordar las agradables, aunque inquietas, horas de mi antigua vida. Cuando se deja una ciudad
por otra, particularmente hoy, que todos los grandes centros de población se parecen, apenas se
percibe el aislamiento en que nos encontramos, antojándosenos, al ver la identidad de los
edificios, los trajes y las costumbres, que al volver laprimera esquina vamos a hallar la casa a
que concurríamos, las personas que estimábamos, las gentes a quienes teníamos costumbre de
ver y hablar de continuo. En el fondo de este valle, cuya melancólica belleza impresiona
profundamente, cuyo eterno silencio agrada y sobrecoge a la vez, diríase, por el contrario, que
los montes que lo cierran como un valladar inaccesible, nos separan por completodel mundo.
¡Tan notable es el contraste de cuanto se ofrece a nuestros ojos; tan vagos y perdidos quedan al
confundirse entre la multitud de nuevas ideas y sensaciones los recuerdos de las cosas más
recientes!
Ayer, con vosotros, en la tribuna del Congreso, en la redacción, en el teatro Real, en
La Iberia; hoy, sonándome aún en el oído la última frase de una discusión ardiente, la última
palabra deun artículo de fondo, el postrer acorde de un andante, el confuso rumor de cien
conversaciones distintas, sentado a la lumbre de un campestre hogar, donde arde un tronco de
carrasca que salta y cruje antes de consumirse, saboreo en silencio mi taza de café, único exceso
que en estas soledades me permito, sin que turbe la honda calma que me rodea otro ruido que el
del viento que gime a lo largo delas desiertas ruinas y el agua que lame los altos muros del
monasterio o corre subterránea atravesando sus claustros sombríos y medrosos. Una muchacha,
con su zagalejo corto y naranjado, su corpiño oscuro, su camisa blanca y cerrada, sobre la que
brillan dos gruesos hilos de cuentas rojas, sus medias azules y sus abarcas atadas con un listón
negro que sube cruzándose caprichosamente hasta la mitadde la pierna, va y viene cantando a
media voz por la cocina, atiza la lumbre del hogar, tapa y destapa los pucheros donde se
condimenta la futura cena, y dispone el agua hirviente, negra y amarga, que me mira beber con
asombro. A estas alturas, y mientras dura el frío, la cocina es el estrado, el gabinete y el estudio.
Cuando sopla el cierzo, cae la nieve, o azota la lluvia los vidrios del balcónde mi celda,
corro a buscar la claridad rojiza y alegre de la llama, y allí, teniendo a mis pies al perro, que se
enrosca junto a la lumbre, viendo brillar en el oscuro fondo de la cocina las mil chispas de oro
con que se abrillantan las cacerolas y los trastos de la espetera al reflejo del fuego, ¡cuántas veces
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Gustavo Adolfo Bécquer

he interrumpido la lectura deuna escena de La tempestad, de Shakespeare, o del Caín, de Byron,
para oír el ruido del agua que hierve a borbotones, coronándose de espuma y levantando con sus
penachos de vapor azul y ligero la tapadera de metal que golpea los bordes de la vasija! Un mes
hace que falto de aquí, y todo se encuentra lo mismo que antes de marcharme. El temeroso
respeto de estos criados hacia todo lo que me perteneceno puede menos de traerme a la
imaginación las irreverentes limpiezas, los temibles y frecuentes arreglos de cuarto de mis
patronas de Madrid. Sobre aquella tabla, cubiertos de polvo, pero con las mismas señales y
colocados en el orden en que yo los tenía, están aún mis libros y mis papeles.
Más allá cuelga de un clavo la cartera de dibujo; en un rincón veo la escopeta,
compañera inseparable de...
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