Discurso

Páginas: 8 (1936 palabras) Publicado: 21 de octubre de 2013
Editorial Premura
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ARTÍCULOS DE LITERATURA
Revista Permanente de artículos Literarios
ISSN SOLICITADO

Discurso en la entrega del NOBEL
SARAMAGO

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni
escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día
aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo,llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se
alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de
la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los
vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo.
Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran
analfabetos uno y otro. En elinvierno, cuando el frío de la noche apretaba
hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa,
recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su
cama. Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los
animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no
era por primores de alma compasiva por lo que los dosviejos procedían así:
lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su
pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no
aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable. Ayudé muchas
veces a este mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas
veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre,
muchas veces,dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que
accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al
hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con
mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda,
a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para
lecho del ganado. Y algunas veces, ennoches calientes de verano, después
de la cena, mi abuelo me decía: «José, hoy vamos a dormir los dos debajo
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de la higuera». Había otras dos higueras, pero aquella, ciertamente por ser
la mayor, por ser la más antigua,por ser la de siempre, era, para todas las
personas de la casa, la higuera. Más o menos por antonomasia, palabra
erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo
que significaba.
En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se
me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y,
mirando en otra dirección, tal como un ríocorriendo en silencio por el cielo
cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de
Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea. Mientras el sueño
llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo
iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares,
muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados,
unincansable rumor de memorias que me mantenía despierto, el mismo
que suavemente me acunaba. Nunca supe si él se callaba cuando descubría
que me había dormido o si seguía hablando para no dejar a medias la
respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más
demoradas que él, calculadamente, introducía en el relato: «¿Y después?»
Tal vez repitiese las historias para sí mismo,quizá para no olvidarlas, quizá
para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel
tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi
abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo. Cuando, con la
primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no
estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir....
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