Documento Sin T Tulo
(Aracataca, Colombia 1928 México DF,
2014)✌
⌛ =O (⌒▽⌒)
Un señor muy viejo con unas alas enormes
Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo
tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo
estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas
de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un
caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo
regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio.
Tuvo
que acercarse mucho para descubrir
que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus
grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas.
Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de Elisenda, su mujer, que
estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la llevó hasta el fondo del patio. Ambos observaron el cuerpo caído con un callado estupor. Estaba vestido como un trapero. Le
quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y muy pocos dientes en la
boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo había desprovisto de toda
grandeza. Sus alas de gallinazo grande, sucias y medio desplumadas, estaban encalladas para siempre en el lodazal. Tanto lo observaron, y con tanta atención, que Pelayo y Elisenda
se sobrepusieron muy pronto del asombro y acabaron por encontrarlo familiar. Entonces se
atrevieron a hablarle, y él les contestó en un dialecto incomprensible pero con una buena voz
de navegante. Fue así como pasaron por alto el inconveniente de las alas, y concluyeron con
muy buen juicio que era un náufrago solitario de alguna nave extranjera abatida por el temporal. Sin embargo, llamaron para que lo viera a una vecina que sabía todas las cosas de
la vida y la muerte, y a ella le bastó con una mirada para sacarlos del error.
— Es un ángel –les dijo—. Seguro que venía por el niño, pero el pobre está tan viejo
que lo ha tumbado la lluvia.
Al día siguiente todo el mundo sabía que en casa de Pelayo tenían cautivo un ángel de carne y hueso. Contra el criterio de la vecina sabia, para quien los ángeles de estos tiempos
eran sobrevivientes fugitivos de una conspiración celestial, no habían tenido corazón para
matarlo a palos. Pelayo estuvo vigilándolo toda la tarde desde la cocina, armado con un
garrote de alguacil, y antes de acostarse lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en el gallinero alumbrado. A media noche, cuando terminó la lluvia, Pelayo y
Elisenda seguían matando cangrejos. Poco después el niño despertó sin fiebre y con deseos
de comer. Entonces se sintieron magnánimos y decidieron poner al ángel en una balsa con
agua dulce y provisiones para tres días, y abandonarlo a su suerte en altamar. Pero cuando salieron al patio con las primeras luces, encontraron a todo el vecindario frente al gallinero,
retozando con el ángel sin la menor devoción y echándole cosas de comer por los huecos de
las alambradas, como si no fuera una criatura sobrenatural sino un animal de
circo
.
El padre Gonzaga llegó antes de las siete alarmado por la desproporción de la noticia.
A esa hora ya habían acudido curiosos menos frívolos que los del amanecer, y habían hecho toda clase de conjeturas sobre el porvenir del cautivo. Los más simples pensaban que sería
nombrado alcalde del mundo. Otros, de espíritu más áspero, suponían que sería ascendido a
general de cinco estrellas para que ganara todas las guerras. Algunos visionarios esperaban
que fuera conservado como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres ...
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