EL CABALLERO, LA MUJER Y EL CURA

Páginas: 399 (99622 palabras) Publicado: 20 de julio de 2014
ÍNDICE

Portadilla
Índice
I. Los matrimonios del rey Felipe
II. Moral de los sacerdotes, moral de los guerreros
Siglo XI
III. El matrimonio según Bourchard
IV. Roberto el Piadoso
V. Príncipes y caballeros
VI. Los heréticos
En torno a 1100
VII. Vidas de santos y de santas
VIII. Guibert de Nogent
IX. Yves de Chartres
Siglo XII
X. En la casa real
XI. Literatura
XII. Los señoresde Amboise
XIII. Los condes de Guînes
Abreviaturas
Notas
Notas del traductor
Sobre el autor
Créditos
Grupo Santillana

I
LOS MATRIMONIOS DEL REY FELIPE

En el otoño del año 1095, el papa Urbano II está en Auvernia, en Clermont, en las
lindes meridionales del área de influencia capeta. Expulsado de Roma, recorre desde hace
meses con gran pompa, escoltado por sus cardenales, el sur dela Galia. Allí se encuentra a
gusto. Había sido gran prior de Cluny: los prioratos de la congregación cuadriculan esta
zona. En ella se desarrolla con gran eficacia la empresa que dirige desde hace más de veinte
años el papado: reformar la Iglesia, es decir, purificar la sociedad entera. Se trata de
preparar a los hombres para que afronten las tribulaciones que se esperan, el fin del mundo;de volverlos al bien, de buen o mal grado; de rectificar los desvíos; de precisar las
obligaciones de cada cual. Sobre todo, de afirmar lo que a cada cual le está prohibido. Esa
gran reforma ha empezado por la depuración del cuerpo eclesiástico. Había que comenzar
por ahí, por esas gentes que, sirviendo a Dios, dan ejemplo; curarlos de una doble
corrupción: la simonía —los doctos de la épocallamaban así a la intrusión de los poderes
profanos y, sobre todo, del poder que proporciona el dinero, en la elección de los dirigentes
de la Iglesia—; el nicolaísmo, es decir, las malas costumbres, la afición a los placeres del
mundo, y ante todo, evidentemente, la afición por las mujeres. Ahora ha llegado el
momento de obligar a su vez a los laicos, de imponerles las formas de vida que segúnlos
sacerdotes agradan a Dios. La tarea se vuelve más ardua aún, ya que por todas partes los
hombres protestan y los príncipes de la tierra apoyan su resistencia. El emperador, el
primero; los demás reyes, cada uno en el territorio que el cielo ha puesto bajo su mano,
encargándolos (como estaba encargado Carlomagno, de quien se dicen herederos) de
mantener en esa tierra el orden social. Nopueden aceptar que otros se entrometan, en
contra de las reglas establecidas, para dictar a los guerreros su comportamiento.
Ningún rey ha ido a Clermont. Pero sí multitud de obispos, abades y alta nobleza de
las comarcas vecinas. Suficientes gentes de calidad para que el papa tenga la impresión de
reinar en medio del pueblo cristiano reunido, de actuar como guía supremo, de ocupar el
puestodel emperador en la cima de toda soberanía terrestre. En esta posición, Urbano II
habla al mundo entero. Dicta leyes, juzga, castiga. De las decisiones que toma, la más
célebre es la llamada a la cruzada: toda la caballería de Occidente lanzada, abriendo el
camino a la gran migración, y todos los creyentes invitados a dirigirse a Jerusalén para, una
vez liberado el Santo Sepulcro, esperar juntoa la tumba vacía el día del Juicio Final, paso
para el que la reforma pretende la preparación, la resurrección del género humano en la
marejada de las luces. Esta grandiosa movilización hace olvidar otro decreto que con
idéntico espíritu firmó el papa. Excomulgó a Felipe, primero de su nombre, rey de Francia;
primer soberano de los franceses occidentales que desmereció lo bastante, a los ojosde las
autoridades eclesiásticas, para incurrir en tan terrible sanción, que le separaba de la
comunidad de los fieles, a la que, por vocación, debía dirigir; que pedía para él la maldición
divina y le abocaba al castigo eterno si no se enmendaba.

De hecho, Felipe estaba ya excomulgado hacía un año. El 15 de octubre de 1094, en
Autun, se habían reunido treinta y dos obispos en torno al...
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