EL GENERAL EN SU LABERINTO

Páginas: 315 (78695 palabras) Publicado: 25 de mayo de 2013
El general en su
laberinto
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Garcia Marquez, Gabriel

El General en su laberinto

Primera edición: marzo 6 de 1989, 700.000 ejemplares

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Garcia Marquez, Gabriel

El General en su laberinto

Para Álvaro Mutis, que me regaló
la idea de escribir este libro.

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Garcia Marquez, Gabriel

El General en su laberinto

Parece que el demonio dirige
lascosas de mi vida.
(Carta a Santander, 4 de agosto de 1823)

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José Palacios, su servidor más antiguo, lo encontró flotando en las
aguas depurativas de la bañera, desnudo y con los ojos abiertos, y
creyó que se había ahogado. Sabía que ése era uno de sus muchos
modos de meditar, pero el estado de éxtasis en que yacía a la deriva
parecía de alguien que ya no era de este mundo. No seatrevió a
acercarse, sino que lo llamó con voz sorda de acuerdo con la orden de
despertarlo antes de las cinco para viajar con las primeras luces. El
general emergió del hechizo, y vio en la penumbra los ojos azules y
diáfanos, el cabello encrespado de color de ardilla, la majestad impávida
de su mayordomo de todos los días sosteniendo en la mano el pocillo con
la infusión de amapolas con goma. Elgeneral se agarró sin fuerzas de las
asas de la bañera, y surgió de entre las aguas medicinales con un
ímpetu de delfín que no era de esperar en un cuerpo tan desmedrado.
«Vamonos», dijo. «Volando, que aquí no nos quiere nadie».
José Palacios se lo había oído decir tantas veces y en ocasiones tan
diversas, que todavía no creyó que fuera cierto, a pesar de que las recuas
estaban preparadas enlas caballerizas y la comitiva oficial empezaba a
reunirse. Lo ayudó a secarse de cualquier modo, y le puso la ruana de
los páramos sobre el cuerpo desnudo, porque la taza le castañeteaba
con el temblor de las manos. Meses antes, poniéndose unos pantalones
de gamuza que no usaba desde las noches babilónicas de Lima, él había
descubierto que a medida que bajaba de peso iba disminuyendo deestatura. Hasta su desnudez era distinta, pues tenía el cuerpo pálido y
la cabeza y las manos como achicharradas por el abuso de la intemperie.
Había cumplido cuarenta y seis años el pasado mes de julio, pero ya sus
ásperos rizos caribes se habían vuelto de ceniza y tenía los huesos
desordenados por la decrepitud prematura, y todo él se veía tan
desmerecido que no parecía capaz de perdurarhasta el julio siguiente.
Sin embargo, sus ademanes resueltos parecían ser de otro menos
dañado por la vida, y caminaba sin cesar alrededor de nada. Se bebió
la tisana de cinco sorbos ardientes que por poco no le ampollaron la
lengua, huyendo de sus propias huellas de agua en las esteras
desgreñadas del piso, y fue como beberse el filtro de la resurrección.
Pero no dijo una palabra mientras nosonaron las cinco en la torre de
la catedral vecina.

Garcia Marquez, Gabriel

El General en su laberinto

«Sábado 8 de mayo del año de treinta, día en que los ingleses
flecharon a Juana de Arco», anunció el mayordomo. «Está lloviendo
desde las tres de la madrugada».
«Desde las tres de la madrugada del siglo diecisiete», dijo el general
con la voz todavía perturbada por el aliento acredel insomnio. Y agregó
en serio: «No oí los gallos».
«Aquí no hay gallos», dijo José Palacios.
«No hay nada», dijo el general. «Es tierra de infieles».
Pues estaban en Santa Fe de Bogotá, a dos mil seiscientos metros
sobre el nivel del mar remoto, y la enorme alcoba de paredes áridas,
expuesta a los vientos helados que se filtraban por las ventanas mal
ceñidas, no era la más propicia parala salud de nadie. José Palacios
puso la bacía de espuma en el mármol del tocador, y el estuche de
terciopelo rojo con los instrumentos de afeitarse, todos de metal dorado.
Puso la palmatoria con la vela en una repisa cerca del espejo, de modo
que el general tuviera bastante luz, y acercó el brasero para que se le
calentaran los pies. Después le dio unas antiparras de cristales
cuadrados...
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