el medico de los muertos

Páginas: 9 (2236 palabras) Publicado: 16 de mayo de 2013
Julio Garmendia:

(* El Tocuyo (Estado Lara), 9 de enero de 1898 -  Caracas, 8 de julio de 1977) fue un escritor, periodista y diplomático venezolano. Nace en la hacienda «El Molino» de la ciudad del Tocuyo, estado Lara, el 9 de enero de 1898, hijo del Dr. Rafael Garmendia Rodríguez y de doña Celsa Murrieta. A causa de la temprana muerte de su madre, vive sus primeros años bajo el cuidado desu abuela en Barquisimeto. Tras cursar el bachillerato, llega a Caracas con su padre en 1915. A los 17 años, comienza una intensa labor como periodista en el diario El Universal y en distintas revistas de su época, al tiempo que participa activamente en los círculos intelectuales de la ciudad. Fue uno de los alumnos fundadores del Colegio La Salle. En 1909 publica un pequeño ensayo en el diario ElEco Industrial. En 1914 cursa estudios en el Instituto de Comercio de Caracas, los cuales abandona poco tiempo después para trabajar como redactor en el Diario El Universal. Se relaciona con integrantes de la
Llamada generación del 28. Como diplomático, trabajó en la Legación de Venezuela en París, luego fue
Cónsul general en Génova, en Copenhague y Noruega desde 1923 hasta 1940.

LA TIENDA DEMUÑECOS

No tengo suficiente filosofía para remontarme a las especulaciones elevadas del pensamiento. Esto explica mis asuntos banales, y por qué trato ahora de encerrar en breves líneas la historia —si así puede llamarse— de la vieja Tienda de Muñecos de mi abuelo que después pasó a manos de mi padrino, y de las de éste a las mías. A mis ojos posee esta tienda el encanto de los recuerdos defamilia; y así como otros conservan los retratos de sus antepasados, a mí me basta, para acordarme de los míos, pasear la mirada por los estantes donde están alineados los viejos muñecos, con los cuales nunca jugué. Desde pequeño se me acostumbró a mirarlos con seriedad. Mi abuelo, y después mi padrino, solían decir, refiriéndose a ellos:
— ¡Les debemos la vida!
No era posible que yo, que les améentrañablemente a ambos, considerara con ligereza a aquellos a quienes adeudaba el precioso don de la existencia.
Muerto mi abuelo, mi padrino tampoco me permitió jugar con los muñecos, que permanecieron en los estantes de la tienda, clasificados en orden riguroso, sometidos a una estricta jerarquía, y sin que jamás pudieran codearse un instante los ejemplares de diferentes condiciones; ni losplebeyos andarines que tenían cuerda suficiente para caminar durante el espacio de un metro y medio en superficie plana, con los lujosos y aristocráticos muñecos de chistera y levita, que apenas si sabían levantar con mucha gracia la punta del pie elegantemente calzado. A unos y otros, mi padrino no les dispensaba más trato que el imprescindible para mantener la limpieza en los estantes dondeestaban ahilerados. No se tomaba ninguna familiaridad ni se permitía la menor chanza con ellos. Había instaurado en la pequeña tienda un régimen que habría de entrar en decadencia cuando yo entrara en posesión del establecimiento, porque mi alma no tendría ya el mismo temple de la suya y se resentiría visiblemente de las ideas y tendencias libertarias que prosperaban en el ambiente de los nuevos días.Por sobre todas las cosas el imponía a los muñecos el principio de autoridad y el respeto supersticioso al orden y las costumbres establecidas desde antaño en la tienda. Juzgaba que era conveniente inspirarles temor y tratarlos con dureza a fin de evitar la confusión, el desorden, la anarquía, portadores de ruina así en los humildes tenduchos como en los grandes imperios. Hallábase imbuido deaquellos erróneos principios en que se había educado y que procuró inculcarme por todos los medios; y viendo en mi persona el heredero que le sucedería en el gobierno de la tienda, me enseñaba los austeros procederes de un hombre de mando. En cuanto a Heriberto, el mozo que desde hace un tiempo atrás servía en el negocio, mi padrino le equiparaba a los peores muñecos de cuerda y le trataba al igual...
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