El Perjurio De La Nieve
Todos losprotagonistas han muerto hace más de nueve años; hace por lo menos catorce que ocurrieron los hechos relatados; tal vez alguien proteste y diga que este documento saca del merecido olvidohechos que nunca debieron recordarse ni ocurrir.
Yo no discuto esas razones; yo meramente cumplo la promesa que me arrancó en la noche de su muerte mi amigo Juan Luis Villafañe,de publicar, este año, el relato. Sin embargo, atendiendo hipotéticas susceptibilidades, alguna que otra vez me he permitido ingenuos anacronismos y he introducido cambios en lasatribuciones y en los nombres de personas y de lugares; hay otros cambios, puramente formales, sobre los que apenas debo detenerme.
Bastará decir que Villafañe nunca se ocupó delestilo y que, por eso, observaba normas severísimas: puntualmente suprimía cuanto "qué" fuera necesario a su texto, y en trance de evitar repeticiones de palabras no habíaoscuridad que lo arredrara. Pero mis correcciones no lo hubieran ofendido. Creía que Shakespeare y que Cervantes eran meramente perfectos, pero no ignoraba que él escribía borradores.A pesar de los cambios señalados, que sólo por mi escrúpulo no son significantes, la relación que hoy publico es la primera que expone con exactitud y que permite comprender unatragedia de la que nunca se conocieron las causas ni la explicación, aunque sí los horrores.
Añadiré, para terminar, que algunas opiniones de Villafañe sobre el llorado, sobre elinmortal Carlos Oribe (de cuya amistad me siento cada día más orgulloso), provenían, simplemente, de su varonil pero indiscriminada aversión por todos nosotros, los jóvenes.
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