El Tamaño Del Mundo LECTURA
¿De qué tamaño era el mundo para el hombre del Neolítico? ¿O para un habitante de Sumer, o de la Atenas de
Pericles; del París de Abelardo o de Rousseau? Sin ningún riesgo podríamos decir que era mucho más pequeño
que el que se ofrece a la curiosidad del hombre de hoy. El hombre del Neolítico vivía en un espacio estrecho,
en un medio natural limitado, con relaciones fijas y casi inmutables con lo que lo rodeaba. No solamente podía
conocer todo lo que le importaba sino que, de hecho, por la sola necesidad de vivir, tenía que conocerlo. Ese
mundo reducido e inmutable podía designarse en toda su amplitud con un puñado de voces. El vocabulario era tan pequeño como el mundo y suficiente para expresar todos los aspectos y relaciones que lo caracterizaban.
El del hombre de Sumer era más grande tanto geográfica como intelectualmente. Conocían la Mesopotamia y
el espacio del Oriente Medio y hasta una historia completa de su mundo. El tamaño ha ido creciendo
continuamente, hemos pasado de ser el centro del universo a convertirnos en los marginales habitantes de un
pequeño planeta de un pequeño sol, de una pequeña galaxia entre los millones de soles y de galaxias que
forman el universo. El más lejano objeto que han detectado nuestros telescopios está a 20 mil millones de
años luz de la Tierra, lo que es infinitamente más que aquel universo que diseñó Ptolomeo, en el que una
cercana luna y unas parpadeantes estrellas giraban en esferas concéntricas en torno al gran planeta central
que era el asiento del hombre. Podríamos seguir la ampliación continua de la extensión del mundo hasta hoy
para hallar que cada vez se ha hecho más vasto, más inabarcable, más difícil de comprender y explicar.
El hombre del Neolítico, seguramente, tenía por necesidad un vocabulario del tamaño de su mundo. Nosotros
los contemporáneos del alba del Tercer Milenio de la Era Cristiana no lo tenemos. Eso significa básicamente,
que la inmensa mayoría de los seres humanos y, en cierta forma, todos sin excepción no estamos en capacidad
de nombrarlo por entero.
Los filósofos del lenguaje nos han enseñado a distinguir entre lengua y realidad, entre lenguaje y mundo. Lo
que ha crecido, en verdad, no es el mundo, sino el conocimiento del mundo por el hombre. Ese conocimiento
no tiene otra manera de expresarse y comunicarse que por medio de palabras, de pobres, limitadas y
aproximadas expresiones orales que corresponden imperfectamente a la cosa que pretendemos nombrar.
Con razón han podido decir algunos de estos grandes pensadores que el lenguaje no es sino un conjunto de
expresiones significantes con una relación siempre limitada y siempre deficiente con lo que se pretende
significar, o que el significante y el significado no son exactamente lo mismo.
Con toda razón ha podido decir uno de los más influyentes filósofos contemporáneos que “las fronteras de mi
lenguaje significan las fronteras de mi mundo”, que es lo mismo que afirmar que el tamaño del mundo para
cada hombre es el de su vocabulario.
El descomunal crecimiento del vocabulario, del conocimiento y la velocidad de su expansión y complicación lo
hacen literalmente inabarcable. Los mejores diccionarios de las grandes lenguas modernas no pasan de 500 mil
palabras. No hay ningún ser humano que las pueda conocer todas y usarlas adecuadamente. Y aun cuando
llegara a semejante hazaña de la retentiva se encontraría que los nombres han continuado aumentando sin
detenerse y que su difícil empeño no podrá, por lo tanto, completarse nunca. Los lexicógrafos de Estados
Unidos han estimado que la sola actividad de la NASA ha ocasionado la creación de más de 10 mil palabras ...
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