Envia una vida en Diamond Dash
LA CASA
DE LOS CONEJOS
Traducción: Leopoldo Brizuela
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Diseño de cubierta: Pepe Far
Primera edición en Argentina: abril de 2008
Primera reimpresión: mayo de 2008
Segunda reimpresión: junio de 2008
Editions Gallimard. París, 2007
© Laura Alcoba, 2007
© de la traducción: Leopoldo Brizuela, 2007
© de la presente edición: Edhasa, 2008
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A Diana E. Teruggi
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Un recuerdo, amigo mío
sólo vivimos antes o después.
Gérard de Nerval
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Te preguntarás, Diana, por qué dejé pasar tanto tiempo sincontar
esta historia. Me había prometido hacerlo un día, y más de una vez
terminé diciéndome que aún no era el momento.
Había llegado a creer que lo mejor sería esperar a hacerme vieja,
y aun muy vieja. La idea me resulta extraña ahora, pero durante largo
tiempo estuve convencida.
Debía esperar a quedarme sola, o casi.
Esperar a que los pocos sobrevivientes ya no fueran de este
mundo oesperar más todavía para atreverme a evocar ese breve
retazo de infancia argentina sin temor de sus miradas, y de cierta
incomprensión que creía inevitable. Temía que me dijeran: “¿Qué
ganas removiendo todo aquello?”. Y me abrumaba la sola perspectiva
de tener que explicar. La única salida era dejar hacer al tiempo,
alcanzar ese sitio de soledad y liberación que, así lo imagino, es la
vejez.Eso pensaba yo, exactamente.
Y luego, un día, ya no pude tolerar la idea. De pronto, ya no quise
esperar a estar tan sola, ni a ser tan vieja. Como si no me quedara
tiempo.
Ese día, estoy convencida, se corresponde con un viaje que hice
a la Argentina, en compañía de mi hija, a fines del año 2003. En los
mismos lugares, yo investigué, encontré gente. Empecé a recordar
con mucha más precisiónque antes, cuando sólo contaba con la
ayuda del pasado. Y el tiempo terminó por hacer su obra más
rápidamente que lo que yo había imaginado jamás: a partir de
entonces, narrar se volvió imperioso.
Aquí estoy.
Voy a evocar al fin toda aquella locura argentina, todos aquellos
seres arrebatados por la violencia. Me he decidido, porque muy a
menudo pienso en los muertos, pero también porqueahora sé que no
hay que olvidarse de los vivos. Más aún: estoy convencida de que es
imprescindible pensar en ellos. Esforzarse por hacerles, también a
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ellos, un lugar. Esto es lo que he tardado tanto en comprender, Diana.
Sin duda por eso he demorado tanto.
Pero antes de comenzar esta pequeña historia, quisiera hacerte
una última confesión: que si al fin hago este esfuerzo de memoriapara hablar de la Argentina de los Montoneros, de la dictadura y del
terror, desde la altura de la niña que fui, no es tanto por recordar
como por ver si consigo, al cabo, de una vez, olvidar un poco.
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La Plata, Argentina, 1915.
Todo comenzó cuando mi madre me dijo: “Ahora, ¿ves?, nosotros
también tendremos una casa con tejas rojas y un jardín. Como
querías”.
Hace ya varios díasque vivimos en una nueva casa, lejos del
centro, a orillas de los inmensos terrenos baldíos que rodean La Plata
-esa franja que ya no es la ciudad ni es, aún, el campo. Frente a la
casa hay una antigua vía de ferrocarril desafectada, basuras y
desechos abandonados, al parecer, hace ya mucho tiempo. De
cuando en cuando, una vaca.
Hasta hace muy poco, vivíamos en un pequeño departamento de...
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