era el solo... baldomero lillo

Páginas: 27 (6691 palabras) Publicado: 13 de noviembre de 2013
Era él solo...
 
(Cuento de Baldomero Lillo)
Esa mañana, mientras Gabriel, arrodillado frente a la puerta de la cocina, frota los cubiertos de metal blanco, se le ocurre de pronto el proyecto muchas veces acariciado de huir, de ganar el monte que rodea al pueblo para dirigirse, en seguida, en busca de sus hermanas. Desde hace tiempo, el pensamiento de reunirse a las pequeñas, de verlas y dehablarlas, es su preocupación más constante. ¿Qué suerte les habrá cabido? ¿Serán más felices que él? Y se esfuerza por creerlo así, porque la sola idea de que tengan también que sufrir penalidades como las suyas, lo acongoja indeciblemente.
Mas, como siempre le acontece, las dificultades de la empresa se le presentan con tales caracteres que se descorazona, conceptuándola irrealizable. ¡Residentan lejos las pobrecillas, y él carece de dinero y de libertad para emprender el viaje!
Un abatimiento profundo se apodera de su ánimo. ¡Nunca podrá vencer esos obstáculos! Y acometido, de pronto, por una de esas crisis de desesperación que le asaltan de cuando en cuando, quédase algunos instantes inmóvil, con el rostro ensombrecido, llena de tristeza el alma.
De súbito, los sones bulliciosos deuna charanga atruenan la desierta calle. Es la murga de unos saltimbanquis que recorre el pueblo, invitando a los vecinos a la función de la noche. La música pasa y se aleja escoltada por la chiquillería, cuyas voces y gritos sobresalen por encima de las notas agudas del clarinete.
Al oír aquel ruido, parecióle a Gabriel que despertaba de un profundo sueño. Animáronse con una llama fugaz suspupilas y su marchito semblante se coloreó débilmente. En un momento, se halló transportado a los tiempos no muy lejanos en que él también corría tras de los payasos; y el cuadro de su feliz hogar, con sus cariñosos padres y sus graciosas hermanas, presentándosele vívido y tangible, evocó en su espíritu un enjambre de recuerdos que le traspasaron el corazón como otros tantos puñales.
Una niebla densaempañó sus ojos, y apretando con fuerza las mandíbulas para ahogar un gemido pronto a escapársele, se tendió boca abajo en el duro suelo. Con la frente apoyada en los cruzados brazos y el cuerpecillo rígido extendido en el pavimento, hacía esfuerzos sobrehumanos para reprimir los sollozos que, en oleadas incontenibles, pugnaban por romper la barrera que les oponían los convulsos labios.
Un pasocallado resonó en el corredor, y casi al mis­mo tiempo, una voz femenina profirió colérica:
—¡Mira, tú te has propuesto quemarme la sangre! ¡Ya es hora de almorzar y todavía no está puesta la me­sa! ¿Qué haces aquí botado en el suelo?
Gabriel, que se había incorporado rápido, con el sem­blante enrojecido, inundado de lágrimas, se volvió hacia la puerta y al ver la amenazadora figura del ama, depie en el umbral, cogió presuroso el cepillo y la tiza, y con los ojos bajos reanudó en silencio la tarea.
—¿Que no oyes, bribonazo, lo que te pregunto? ¿Por qué llorabas? Di; responde.
Un vivo rubor cubrió las mejillas del pequeño, y con voz trémula balbuceó suave y dolorosamente, sin alzar la vista del suelo:
—No sé, ama señora; tenía pena.
—¡Ah, con que tenías pena! y por eso el fuego estácasi apagado y el servicio a medio limpiar —y acentuando la ironía burlona de sus palabras, la dama prosiguió—: Para esa pícara pena ando trayendo aquí un remedio santo, infalible. En un Jesús, vas a sanar de la enfermedad.
Y diciendo y haciendo, sacó de debajo del delantal un pesado chicote y con la soltura y el garbo de una añeja práctica lo enarboló por encima de su cabeza.
Pero el ruido deun aldabonazo en la puerta de calle detuvo en el aire la diestra flageladora. Precipitadamente el ama volvió las disciplinas a su sitio bajo el delantal y abandonó la cocina, murmurando entre dientes con reconcentrada ira:
—¡Espera, ya me la pagarás!

En el pequeño comedor, sentada a la cabecera de la mesa, doña Benigna, teniendo a su derecha a su vecina y comadre doña Encarnación Retamales y...
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