estudiamte
Quinta
Avenida,
Nueva
York
1945
Sullivan,
jefe
de
seguridad,
encontró
al
Gran
Hombre
frente
a
la
enorme
ventana
de
su
oficina.
La
silueta
del
jefe
se
recortaba
contra
las
luces
de
la
ciudad.
En
la
habitación
sólo
había
encendida
una
lámpara
de
pantalla
verde
sobre
el
enorme
escritorio
con
hoja
de
vidrio
al
otro
lado
de
la
sala,
así
que
el
Gran
Hombre
estaba
envuelto
en
sombra,
con
las
manos
en
los
bolsillos
de
la
chaqueta
de
su
traje de
corte
impecable,
mirando
pensativo
el
horizonte
de
la
ciudad.
Eran
las
ocho
y
el
jefe
Sullivan,
un
cansado
hombre
de
mediana
edad
con
un
traje
humedecido
por
la
lluvia,
quería
irse
a
casa,
quitarse
los
zapatos
y
escuchar
la pelea
en
la
radio.
Pero
el
Gran
Hombre
solía
trabajar
hasta
tarde
y
había
estado
esperando
esos
dos
informes.
Sullivan
quería
acabar
con
uno
de
ellos
en
particular:
el
de
Japón.
Al
pensar
en
ese
informe
le
entraban
ganas
de
tomarse algo
fuerte,
cuanto
antes.
Pero
sabía
que
el
Gran
Hombre
no
le
ofrecería
una
copa.
Sullivan
pensaba
en
su
jefe
como
«El
Gran
Hombre»,
uno
de
los
hombres
más
ricos
y
poderosos
del
mundo.
Le
había
puesto
ese
apelativo
medio
en
broma medio
en
serio
y
Sullivan
no
lo
compartía
con
nadie,
el
Gran
Hombre
era
presumido
y
percibía
rápidamente
la
menor
señal
de
falta
de
respeto.
Pero
a
veces
parecía
que
el
empresario
buscase
un
amigo
al
que
poder
abrirle
su
corazón. Sullivan
no
era
ese
hombre.
No
solía
gustarle
a
la
gente.
Tal
vez
por
ser
ex
policía.
—¿Y
bien,
Sullivan?
—preguntó
el
Gran
Hombre
sin
apartarse
de
la
ventana—.
¿Los
tienes?
—Los
dos,
señor.
—Pues
primero
el
informe
sobre
las huelgas,
así
nos
lo
quitamos
de
encima.
El
otro…
—sacudió
la
cabeza—.
Es
como
esconderse
de
un
huracán
en
el
sótano.
Primero
habrá
que
excavar
el
sótano,
más
o
menos.
Sullivan
se
preguntó
qué
significaría
todo
eso
del
sótano,
pero
no hizo
caso.
—Las
huelgas
siguen
en
las
minas
de
Kentucky
y
en
la
refinería
de
Mississippi.
El
Gran
Hombre
hizo
una
mueca.
Sus
hombros,
con
las
hombreras
angulares
que
estaban
tan
de
moda,
cayeron
muy
ligeramente.
—Tenemos
que
ser
más duros,
Sullivan.
Por
el
bien
del
país
y
por
el
nuestro.
—Señor,
he
enviado
esquiroles.
He
enviado
a
los
hombres
de
Pinkerton
para
enterarnos
de
los
nombres
de
los
líderes,
a
ver
si
podemos…
conseguir
algo
sobre
ellos.
Pero
esa...
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