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Páginas: 226 (56325 palabras) Publicado: 15 de febrero de 2015
EL SALON DE AMBAR
MATILDE ASENSI

Libros Tauro
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Mientras en el centro de la abarrotada plaza del Mercado Chico un clérigo de la
Inquisición arrojaba libros herejes a la hoguera, dos calles más arriba yo luchaba
desesperadamente por sacar del garaje mi flamante BMW 525 tds, color granate metalizado,
en dura liza con la riada de rezagados que llegaban tarde a lafiesta medieval organizada
por el ayuntamiento. Para mi desgracia, desde varios días atrás estaban teniendo lugar, en la
misma puerta de mi casa, ruidosas reyertas de mendigos, ventas de esclavos, torneos de
caballeros y ajusticiamientos de vendedoras de remedios y reliquias. Me decía,
desesperada, que si hubiera sido un poco más lista, me habría abstenido de quedarme esos
días en Ávila,marchándome a la finca con Ezequiela y dejando que mis conciudadanos se
divirtiesen como les viniera eh gana. Pero acababa de regresar de un largo viaje y
necesitaba urgentemente el entorno de mi propia casa, la comodidad de mi propia cama y
un poco de... ¿tranquilidad? Las dichosas fiestas municipales me estaban sentando fatal.
Golpeé suavemente el claxon e hice señales con las luces para que el ríohumano se
apartara y me dejara salir, pero fue totalmente inútil. Hube de contener un agudo instinto
asesino al ver cómo un corro de adolescentes se dedicaba a aporrearme el capó entre gestos
obscenos y risotadas. En estas ocasiones, y en otras del mismo pelaje, siempre juro para mis
adentros —generalmente en hebreo— que es el último año que me quedo encerrada en el
interior de las murallas amerced de la jauría.
Es evidente que por nada del mundo hubiera salido a la calle en tales circunstancias
de no haberse producido la imperiosa llamada de mi querida tía Juana, a quien,
precisamente, tenía pensado visitar al día siguiente para dar por terminado el asunto de
San Petersburgo. Pero cuando Juana dice «¡Ahora!», ni todo el ejército norteamericano,
con Patton a la cabeza, seatrevería a llevarle la contraria.
—Llévate la chaqueta, que está refrescando —me advirtió Ezequiela desde el
salón—. ¡Y no le des recuerdos de mi parte a... ésa! —añadió con desprecio.
La vieja Ezequiela llevaba trabajando para mi familia desde que tenía doce años,
cuando mi abuela se la trajo desde la aldehuela de Blasconuño, al norte de la provincia.
Había visto crecer a mi padre y a mi tía,había amortajado a mis abuelos, había servido
fielmente a mis padres y, luego, tras la muerte de mi madre, me había criado a mí. Su cariño
y lealtad sólo tenían parangón con la irreductible hostilidad que sentía por mi tía: Ezequiela
conservaba un recuerdo muy vivido del mal genio y el temperamento agrio de la joven
Juana y nunca podría perdonarle ciertos agravios que, años atrás, la habían heridoen lo
más hondo.
Abandoné el recinto amurallado por la ermita de San Martín y, más tranquila ya,
crucé el puente Adaja y tomé la carretera de Piedrahíta. Tenía por delante media hora de
pacífica conducción escuchando las noticias de la radio: el presidente ruso, Boris Yeltsin,
seguía empeñado en que la Duma aceptara a Chernomirdin como primer ministro, y la
Duma, capitaneada por loscomunistas, decía que no, que para nada, y que, si Boris insistía,
estaban dispuestos a empezar la tercera guerra mundial; por su parte, el presidente
norteamericano, Bill Clinton, ante la inminente publicación del informe Lewinsky, seguía
empeñado en defender la enorme diferencia entre «relaciones sexuales» y «relaciones
inapropiadas». Así que, por estos insignificantes problemillas, las bolsasmundiales estaban
en caída libre y el desarrollo económico en franca recesión, aunque, al parecer, ningún
conflicto era tan importante para nuestro país como el hecho de que Javier Clemente, el
seleccionador nacional de fútbol, se negaba a dejar el puesto a pesar del ridículo mundial
que habíamos hecho en Francia y en Chipre.
Apareció a mi izquierda la desviación hacia Molinillos de Trave y,...
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