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Páginas: 46 (11284 palabras) Publicado: 14 de septiembre de 2013
Nunca confies en una reina sin subditos
¡Qué decepción! Digo, darme por enterada finalmente de que la amistad no existe. Al menos no aquella amistad de “bandita” que yo deseaba, aquel apego caballeresco de todas para una y una para todas. No existía. Ni siquiera este grupo tan consolidado podía dejarme entrever una amistad sólida. No existía tal cosa. No había amistad. Entonces decidí que apartir de aquel momento no iba a confiar en nadie (es decir, si se reían de una compañera antigua, ¿por qué no se iban a reír de mí?).
Empecé a pensar en las teorías utilitarias y que quizás no estaban tan erradas. Decidí que mis amistades mayoritariamente iban a ser por conveniencia. Que necesitaba rodearme de gente que me servía para tal o cuál empresa y que si alguien no me era útil directamentepasaba a ser un estorbo. Así, quien no me sirviera sería desechado. Suena bastante práctico, frío y calculador. Y es que así quería ser yo, después de tantos colegios y decepciones. Me jactaba de mis decisiones y a quién me preguntaba le contestaba que me juntaba con esta o con aquella solamente porque las necesitaba.
Pero era ficción, pura mentira. Soy la persona más apegada a los afectos queconozco. Necesito de amigas, de familia, de amores, de mascotas, necesito todo eso; a las personas que me recuerdan quién soy. Pero en aquella época esa era la imagen que quería mostrar de mí y siempre tuve la encantadora habilidad de hacerle creer a la gente que el cielo se está cayendo, aunque sea un día de sol reluciente.
En el año 1998 mis padres habían comprado un terreno en un barrio privado(o country) a veinte minutos de la ciudad. Yo no quería mudarme allá, porque quedaba cerca del Patris, es decir: campestre en todos los sentidos, pero llegó el momento cuando mi papá anunció que ya no viviríamos más donde siempre, porque había empezado a construir una casa en el barrio privado. Para eso, tuvimos que vender el hogar donde viví 14 años de mi vida y mudarnos a una casa a media horade ahí, más urbana, sí, y más cerca del colegio donde iba ahora y más cerca del centro y de los cines y de todas las cosas que siempre me habían quedado lejos.
Dicen que las mudanzas no son buenas para las personas en desarrollo mental y están en lo cierto, seguramente. Pero yo, que siempre fui diferente, gocé de la mudanza. El colegio me quedaba a diez cuadras (aunque jamás fui caminando, noseñor), el centro a tres, peluquerías, gimnasios, cines, librerías, ¡todo cerca! Por primera vez en toda mi vida empecé a invitar amigas a comer, o a estudiar, o simplemente a tomar mate a casa (la nueva, que no quedaba en el pueblo). Así, de a poco, me alejé del grupete y empecé a conocer a otro grupo. Pronto éramos cuatro inseparables compañeras: Agustina C., Agustina A., Hary y yo.
Era la épocacuando mis compañeras del colegio empezaban a ir a bailar. No es sorpresivo que a mí no me interesasen esas cosas ¿verdad? Así que mientras mis compañeras iban a llenarse de olor a humo la ropa y el pelo, y a tomar cerveza hasta vomitar y hablar pavadas, yo prefería quedarme en casa leyendo o mirando TV o simplemente escribiendo poemas para Cocol. Patética. Pero así era, así soy y las estadísticaspronostican que así seré toda la vida.
Solíamos juntarnos siempre en una casa diferente. Lo que a mí más me gustaba era ir a lo de Agustina A., porque vivía justo en el centro, en una cuadra llena de negocios, de gente, de vida. A veces nos quedábamos a dormir ahí. Aunque mis nuevas “amigas” me mantenían lo suficientemente ocupada como para pensar, todavía me sentía triste. Un sentimientodesgarrador, que me congelaba los intestinos y se transformaba en iceberg justo en el medio de mi garganta. Sentía ganas de llorar todo el tiempo. Y cuando digo “todo el tiempo” debe entenderse literalmente. No podía ver una película, ni hablar de temas que supiera de antemano me iban a conmover, porque una vez que empezaba a llorar ya no había vuelta atrás.
Alguien me había hecho daño, o yo me había...
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