Final Del Juego- Julio Cortazar

Páginas: 19 (4503 palabras) Publicado: 26 de noviembre de 2012
Final del juego
Con Leticia y Holanda íbamos a jugar a las vías del Central Argentino los días de calor, esperando que mamá y tía Ruth empezaran su siesta para escaparnos por la puerta blanca. Mamá y tía Ruth estaban siempre cansadas después de lavar la loza, sobre todo cuando Holanda y yo secábamos los platos porque entonces había discusiones, cucharitas por el suelo, frases que sólo nosotrasentendíamos, y en general un ambiente en donde el olor a grasa, los maullidos de José y la oscuridad de la cocina acababan en una violentísima pelea y el consiguiente desparramo. Holanda se especializaba en armar esta clase de líos, por ejemplo dejando caer un vaso ya lavado en el tacho del agua sucia, o recordando como al pasar que en la casa de las de Loza había dos sirvientas para todoservicio. Yo usaba otros sistemas, prefería insinuarle a tía Ruth que se le iban a pasparlas manos si seguía fregando cacerolas en vez de dedicarse a las copas o los platos, que era precisamente lo que le gustaba lavar a mamá, con lo cual las enfrentaba sordamenteen una lucha de ventajeo por la cosa fácil. El recurso heroico, si los consejos y las largas recordaciones familiares empezaban a saturarnos,era volcar agua hirviendo en el lomo del gato. Es una gran mentira eso del gato escaldado, salvo que haya que tomar al pie de la letra la referencia al agua fría; porque de la caliente José no se alejaba nunca, y hasta parecía ofrecerse, pobre animalito, a que le volcáramos media taza de agua a cien grados o poco menos, bastante menos probablemente porque nunca se le caía el pelo. La cosa es queardía Troya, y en la confusión coronada por el espléndido si bemol de tía Ruth y la carrera de mamá en busca del bastón de los castigos, Holanda y yo nos perdíamos en lagalería cubierta, hacia las piezas vacías del fondo donde Leticia nos esperaba leyendo aPonson du Terrail, lectura inexplicable. Por lo regular mamá nos perseguía un buen trecho, pero las ganas de rompernos la cabeza se le pasabancon gran rapidez y al final (habíamos trancado la puerta y lepedíamos perdón con emocionantes partes teatrales) se cansaba y se iba, repitiendo la misma frase:
—Acabarán en la calle, estas mal nacidas. Donde acabábamos era en las vías del Central Argentino, cuando la casa quedaba en silencio y veíamos al gato tenderse bajo el limonero para hacer él también su siesta perfumada y zumbante deavispas. Abríamos despacio la puerta blanca, y al cerrarla otra vez era como un viento, una libertad que nos tomaba de las manos, de todo el cuerpo y nos lanzaba hacia adelante. Entonces corríamos buscando impulso para trepar de un envión al breve talud del ferrocarril, encaramadas sobre el mundo contemplábamos silenciosas nuestro reino.
Nuestro reino era así: una gran curva de las vías acababasu comba justo frente a
los fondos de nuestra casa. No había más que el balasto, los durmientes y la doble vía;
pasto ralo y estúpido entre los pedazos de adoquín donde la mica, el cuarzo y el
feldespato —que son los componentes del granito— brillaban como diamantes legítimos
contra el sol de las dos de la tarde. Cuando nos agachábamos a tocar las vías (sin perder
tiempo porque hubierasido peligroso quedarse mucho ahí, no tanto por los trenes como
por los de casa si nos llegaban a ver) nos subía a la cara el fuego de las piedras, y al
pararnos contra el viento del río era un calor mojado pegándose a las mejillas y las
orejas. Nos gustaba flexionar las piernas y bajar, subir, bajar otra vez, entrando en una y
otra zona de calor, estudiándonos las caras para apreciar latranspiración, con lo cual al
rato éramos una sopa. Y siempre calladas, mirando al fondo de las vías, o el río al otro
lado, el pedacito de río color café con leche.
Después de esta primera inspección del reino bajábamos el talud y nos metíamos
en la mala sombra de los sauces pegados a la tapia de nuestra casa, donde se abría la
puerta blanca. Ahí estaba la capital del reino, la ciudad...
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