Flor, Teléfono, Muchacha

Páginas: 10 (2265 palabras) Publicado: 10 de diciembre de 2012
FLOR, TELÉFONO, MUCHACHA
Carlos Drummond de Andrade
No, no es cuento. Yo soy uno de esos tipos que a veces escucha y otras no escucha, y así va tirando.
Aquel día escuché porque era una amiga la que hablaba y hace bien oír a los amigos, aunque no hablen, porque un amigo es capaz de hacerse entender hasta sin señales. Hasta sin ojos.

¿Se hablaba de cementerios? ¿De teléfonos? No me acuerdo,pero fuera de lo que fuese, mi amiga —ah, sí; ahora me acuerdo, hablábamos de flores— de pronto se puso seria y bajó la voz.
—Sé el caso de una flor, ¡pero es tan triste!
Y sonriente:
—Además, estoy segura de que no lo vas a creer.

¿Quién sabe? Todo depende de quién lo cuenta y de cómo lo cuenta. Hay días en que ni de esto depende: es cuando estamos poseídos de una credulidad universal;pero, argumento máximo para mí, ella aseveraba que la historia era verdadera.

—La muchacha vivía en la calle General Polidoro —empezó diciendo—. Cerca del cementerio de San Juan Bautista. Como has de saber, los que viven por ahí, quiéranlo o no, se familiarizan con la muerte. No hay hora en que no pase un entierro y termine por interesarnos. No es tan fascinante como ver pasar navios, ocasamientos, o la carroza de un rey, pero siempre vale la pena mirarlos. La muchacha, naturalmente, prefería ver un entierro a no ver nada. Menos mal que el desfile de tanto cadáver no la deprimía.

Si el entierro era muy importante, de esos, sabes, con un obispo o un general, la muchacha se quedaba a la entrada del cementerio para ver mejor. ¿Te has fijado cómo la gente se impresiona con las coronas?Demasiado, ¿no? Y se muere de curiosidad por saber qué hay escrito en las cintas. El muerto que da verdaderamente pena es el que llega sin acompañamiento floral, tanto da que sea por decisión de la familia o por falta de medios.

Las coronas no sólo confieren prestigio al difunto, sino que hasta lo acunan. A veces ella entraba al cementerio y seguía al séquito hasta el lugar de la sepultura. Asíadquirió, seguramente, la costumbre de pasear por allí dentro. ¡Dios mío, con tantos lugares para pasear como hay en Río! Y en el caso de esa muchacha, de haberse aburrido mucho, no tenía más que tomar el tranvía que va a la playa, bajar en el Morisco y apoyarse en el múrete. Tenía el mar a su disposición, a cinco minutos de su casa. El mar, los viajes, las islas de coral, todo gratis. Pero, porpereza, o por su interés en los entierros o... qué sé yo, le dio por ir al San Juan Bautista, a contemplar bóvedas. ¡Pobre!

—En el interior eso es muy común...
—Pero ella era de Botafogo.
—¿Trabajaba?
—En su casa. Pero no me interrumpas. Ni me pidas el certificado de su nacimiento ni que te describa su físico. Para el caso que te estoy contando, eso no interesa. El hecho es que, de tarde, solíapasearse —o mejor dicho, "deslizarse"—, ensimismada, entre las callecitas blancas del cementerio. Leía una inscripción, o no la leía, descubría una figura de angelito, una columna trunca, un águila; comparaba las tumbas ricas con las tumbas pobres, hacía cálculos sobre la edad de los difuntos, miraba retratos y medallones —sí, ha de haber sido esto lo que hacía, porque allí, dime, ¿qué más podíahacer?—. Quizá llegó a subir el cerro, donde está la parte nueva del cementerio, las tumbas más modestas. Debe de haber sido ahí donde, una tarde, recogió la flor.
—¿Qué flor?
—Una flor cualquiera. Una margarita, por ejemplo. O un clavel. Para mí era una margarita, pero esto es puro palpito, nunca lo averigüé. La tomó con ese ademán, vago y maquinal, que en ese caso todos hacemos, se la acercó ala nariz —como era de esperar, no tenía aroma—, después machucó la flor distraídamente y la arrojó hacia un costado, pensando en otra cosa. Tampoco sé si la muchacha tiró la margarita al pavimento del cementerio o al de la calle, de vuelta a su casa. Ella misma trató, más tarde, de esclarecer este punto, pero no pudo. Lo cierto es que ya estaba tranquilamente en su casa desde hacía unos minutos,...
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