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Páginas: 52 (12927 palabras) Publicado: 5 de mayo de 2013
Aquella misma noche, en El Miedo.
Cerca de la obscurecida llegó el Brujeador. Dijéronle que doña Bárbara acababa de sentarse a la mesa; pero como
tenía cuentas que rendirle y noticias que comunicarle y, además, estaba deseoso de tumbarse a descansar, no quiso
esperar a que ella concluyese de comer y se dirigió a la casa, todavía con su cobija al brazo.
Mas, ya al entrar, se arrepintió desu prisa. Doña Bárbara comía acompañada de Balbino Paiba, persona con quien
no simpatizaba. Trató de revolverse, a tiempo que ella le decía:
–Entre, Melquíades.
–Yo vuelvo más tarde. Siga comiendo tranquila.
Y Balbino, con sorna, y a la vez que se enjugaba a manotadas los gruesos bigotes impregnados del caldo grasiento
de las sopas:
–Entre, Melquíades. No tenga miedo, que aquí no hayperros.
El Brujeador le arrojó una mirada muy poco amistosa y replicó, mordaz:
–¿Está seguro, don Balbino?
Pero Balbino no entendió la reticencia, y el otro continuó, dirigiéndose a doña Bárbara:
–Vine solamente a darle cuenta de que las bestias llegaron bien a San Francisco, y a entregarle lo suyo.
Dejó la cobija sobre una silla, se corrió hacia adelante el bolsillo de la faja y sacó variasmonedas de oro que luego
puso apiladas en la mesa diciendo:
–Cuente a ver si está completo.
Balbino las miró de soslayo, y aludiendo a la costumbre de doña Bárbara de enterrar todo el oro que le caía en las
manos, exclamó:
–¿Morocotas? ¡Ojos que te vieron!
Y siguió masticando el trozo de carne que le llenaba la boca; pero sin apartar de las monedas la codiciosa mirada.
A la brusca contraccióndel ceño, las cejas de doña Bárbara se juntaron y se separaron en seguida, con el rápido
movimiento del aletazo del gavilán. No acostumbraba tolerarle chanzas al amante en presencia de terceros, como D
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tampoco le consentía ternezas ni nada que pudiese ponerla en condiciones de inferioridad, y no procedía así por espíritu
de disimulo, porque en esto, como en todo lo demás, sudespreocupación era absoluta, sino por la naturaleza misma de
los sentimientos que le inspiraba aquel hombre.
Balbino Paiba no lo ignoraba; pero como era torpe y jactancioso, –no desperdiciaba ocasión de aparentar que tenía
un ascendiente absoluto sobre ella, aunque por cada uno de sus alardes ya se hubiera llevado un chasco. La chanza que
acababa de permitirse era de las que menos solía tolerar la avaradoña Bárbara y se la cobró en seguida:
–Debe de estar completo –dijo, guardándose el dinero sin contarlo–. Usted nunca se equivoca, Melquíades. No tiene
esa mala costumbre.
Balbino se manoteó los bigotes, no para limpiárselos sino como maquinalmente hacía cuando algo lo contrariaba. A
él nunca le había dado una muestra de confianza semejante; por el contrario, siempre contaba minuciosamenteel dinero
que él debiera entregarle, y si algo faltaba –cosa que ocurría con alguna frecuencia–, se quedaba mirándolo sin decir
palabra, hasta que él, fingiendo caer en cuenta de su descuido, completaba la cantidad con lo que se había dejado en el
bolsillo. Además, claro estaba que aquello de la mala costumbre se refería a él. A pesar de los excelentes servicios que
le había prestado en sucalidad de mayordomo de Altamira, aún no había logrado captarse su confianza. En cuanto a su
condición de amante, ni siquiera podía cuntar con la precaria garantía de un capricho; era un empleado a sueldo: el que
le pagaba Luzardo por la mayordomía de Altamira.
–Bueno, Melquíades –prosiguió doña Bárbara–. ¿Qué más me cuentas? ¿Por qué mandaste adelante al peón?
–¿No le contó él? –interrogó,a su vez, tratando de evadir la explicación en presencia de Balbino, ante el cual
siempre era sumamente parco en palabras.
–Sí. Me dijo algo; pero quiero que me refieras los detalles.
Estas palabras, así como las que antes le había dirigido, las pronunció sin mirarlo a la cara, atenta al plato que se
servía. Recíprocamente, Melquíades también le hablaba sin verla. Brujos ambos, habían...
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