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Páginas: 18 (4454 palabras) Publicado: 13 de enero de 2015
EL PERCHERÓN MORTAL, DE JOHN FRANKLIN BARDIN

Jacob Blunt era el último paciente del día. Entró en mi consultorio con un hibisco escarlata en su pelo ru­bio y ensortijado. Se sentó en la silla frente a mi es­critorio y me dijo:
–Doctor, creo que estoy volviéndome loco.
Era un joven apuesto y aparentemente sano. No ha-bía manifestaciones visibles de neurosis. No parecía ner­vioso –ni estarreprimiendo una tendencia al nerviosis­mo–, sus ojos azules miraban a los míos y llevaba el traje limpio. Los rasgos del rostro eran enérgicos, el tórax bien formado y, salvo una ligera cojera, no tenía defectos.
Por mi parte, nunca habría pensado que debía estar en mi consultorio, de no haber sido por aquella flor en el cabello.
–Casi todos tenemos ese miedo en algún mo­mento de nuestra vida –ledije–. Durante una crisis emocional, o después de periodos de trabajo excesivo, yo mismo he tenido dudas sobre mi salud mental.
–Los locos imaginan ver cosas, ¿no? –me pregun­tó–. ¿Cosas que en realidad no existen para cualquier otra persona?
Se había inclinado hacia adelante, como si temie­ra perderse alguna palabra de mi respuesta.
–Las alucinaciones son un síntoma corriente del trastornomental –asentí.
–Y cuando uno no sólo ve cosas… sino que ade­más le pasan cosas… cosas irracionales quiero decir… eso es tener alucinaciones, ¿no?
–Sí –dije–, una persona mentalmente enferma suele vivir en un mundo imaginario, irreal. Se aparta com­pletamente de la realidad.
Jacob se reclinó hacia atrás y suspiró con alivio:
–¡Ése soy yo! –dijo–. Estoy loco, gracias a Dios. No está pasando enrealidad.
Parecía totalmente satisfecho. El rostro se le había relajado en una sonrisa torcida que resultaba simpáti­ca. Obviamente, mi información lo había aliviado. Lo cual era raro, pues nunca antes me había enfrentado a un neurótico que admitiera su placer ante la pérdi­da de la razón. Ni había visto a ninguno que hablara sonriendo del tema.
–Una linda flor la que lleva en el pelo –le dije–. Estropical, ¿no?
Por algún lugar tenía que empezar a averiguar dónde estaba su problema, y la flor era lo único no natural que encontraba en él.
La tocó con la punta de los dedos:
–Sí –dijo–. Es un hibisco. ¡Me costó mucho traba­jo conseguirla! Tuve que recorrer media ciudad esta mañana, hasta encontrar una florería que las tuviera.
–¿Tanto le gustan? –le pregunté–. ¿Por qué no una rosa o unagardenia? Son más baratas, y segura­mente más fáciles de encontrar.
Negó con la cabeza:
–No. A veces las he usado, pero hoy tenía que ser un hibisco. Joe dijo que hoy tenía que ser justa­mente un hibisco.
Empezaba a dar la impresión de que podía estar loco. Su conversación sonaba incoherente y se le veía demasiado satisfecho con todo el asunto. Empezó a interesarme.
–¿Quién es Joe? –lepregunté.
Blunt había sacado un cigarrillo de la caja que yo tenía en mi escritorio y ahora jugueteaba con el encendedor. Levantó la vista con sorpresa.
–¿Joe? Es uno de mis hombrecitos. El del traje violeta. Me da diez dólares diarios por llevar una flor en el pelo. ¡Sólo que se reserva el derecho de elegir la flor, y ahí es donde la cosa se pone difícil! ¡Suele elegir entre las peores!
Me dirigió otravez su sonrisa torcida. Era casi como si me estuviera diciendo: “Sé que parece tonto, pero así es como me funciona la cabeza. No puedo evitarlo”.
–De modo que Joe es el que le da las flores, ¿no? –le pregunté–. ¿Hay otros?
–Oh, claro que hay otros. Hago cosas para varios de estos tipos pequeñitos, y eso es lo que me tenía preocupado. Pero creo que usted se ha confundido respecto a Joe. No me dalas flores. Yo tengo que salir a comprarlas. Él sólo me paga por llevarlas.
–Me ha dicho que hay otros tipos… “tipos peque­ñitos”. ¿Quiénes son, y qué hacen?
–Bien, está Harry –dijo–. Es el que lleva trajes ver­des y me paga por silbar en el Carnegie Hall. Y está Eustace… que lleva impermeable y me paga por re­partir monedas.
–¿De usted?
–No de él. Me da veinte cuartos de dólar por día. Y...
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