La confecion

Páginas: 88 (21961 palabras) Publicado: 27 de mayo de 2013


César Aira
La confesión
BEATRIZ VITERBO EDITORA
Biblioteca: Ficciones
Ilustración de tapa: Daniel García
Primera edición: 2009
Primera reimpresión: 2011
© César Aira
© Beatriz Viterbo Editora, 2011
www.beatrizviterbo.com.ar
info@beatrizviterbo.com.ar
IMPRESO EN ARGENTINA / PRINTED IN ARGENTINA
Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723



I
El Conde Vladimir HilarioOrlov fue presa de un barrunto de pánico al ver los cristales con imágenes en manos del niño. La fase crítica de la alarma duró apenas un instante. Se dominó, y después de asegurarse de que nadie había notado su sobresalto empezó a sopesar las alternativas de acción. Aunque no había mucho que hacer, más allá de mantenerse atento y listo para intervenir; ni siquiera debería levantarse, pues elsillón en el que estaba sentado casi tocaba la tarima del proyector; con sólo inclinarse y estirar el brazo podía alcanzarlo.
Al susto inicial lo había sucedido una malhumorada preocupación que se parecía a la angustia. Nunca había sentido ternura por los niños, pero este mocoso entrometido transformaba su desapego en un sordo furor. Lo habría apartado a manotazos, como a un insecto, de no habertestigos. Había previsto todas las posibles dificultades y humillaciones que le anticipaba la velada, pero nunca, ni remotamente, la aparición de esos cristales, hundidos, junto con los hechos que registraban, en lo más profundo de su olvido voluntario. Y de pronto, cuando menos lo esperaba, ahí los tenía, y en las manos por demás peligrosas de un inocente. Entre los dedos regordetes que losmanipulaban con torpeza, sus colores metálicos desprendían un brillo tóxico.
¿De dónde los habría sacado? Del sótano, seguramente, donde el Conde había creído que estaban fuera del alcance de cualquier ser vivo, bajo montes de polvo y trastos sin inventariar. Ese niño tenía todos los rasgos, acentuados hasta el paroxismo, del entrometido voluntarioso y consentido, al que ninguna puerta le estaba vedada yningún rincón le era inaccesible.
El episodio había sucedido más en su cuerpo que en su mente: era la sensación visceral, ya fácil de reconocer a esta altura de su vida y sus andanzas, de que estaba a punto de salir a luz algo que prefería que se mantuviera oculto. Y si lo prefería era porque lo necesitaba, y lo estaba necesitando desesperadamente. Que su mente participaba en forma marginal, ytardía, lo demostraba el hecho de que ni siquiera había recordado cuál era el secreto cuya revelación temía; se resistía a recordarlo, con un desgano fatalista. Tenía tantos secretos... Todo se le había hecho secreto y vergüenza. Para tapar una mentira tenía que volver a mentir, las temblorosas torres de sus embustes siempre estaban al borde del derrumbe. Debía andar con pies de plomo, sobre todo enlas ocasiones especiales, porque había una especie de malevolencia de la suerte que quería que las amenazas fueran siempre inoportunas, como en este caso. Eso sí lo recordó, con toda claridad: había preparado esta ocasión como una apuesta suprema, de ahí el súbito espanto al vislumbrar los cristales, el susto de mujercita ante un ratón, tan indigno de su virilidad y de su aplomo de farsanteinveterado. Claro que ya todas las ocasiones, hasta las más triviales, se le estaban volviendo apuestas supremas.
Los cristales seguían en manos del niño, que se inclinaba sobre el proyector con ávido apuro, seguramente sospechando que su impunidad para tocar y encender y experimentar no duraría más que la distracción de los adultos. El Conde no sabía cómo funcionaba el aparato, si acaso funcionaba yno estaba ahí de adorno. Ya en otras casas había visto ejemplos de esa moda de usar como decoración, como objetos de arte, artefactos de tecnologías superadas. Éste era un proyector antiguo, o una linterna mágica. El niño tocaba todo, bajaba y subía las palancas, giraba las perillas, abría y cerraba las celdillas metálicas, forzando, trabando, como si lo hiciera adrede para romper. Y sin soltar...
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