la dama de las camelias

Páginas: 251 (62733 palabras) Publicado: 23 de septiembre de 2014
Alejandro Dumas
La Dama de las Camelias

I

A mi juicio, no se pueden crear personajes sino después de haber estudiado mucho a los hombres, como no se puede hablar una lengua sino a condición de haberla aprendido seriamente.
Como no he llegado aún a la edad de inventar, me limito a relatar.
Exhorto, pues, al lector a que se convenza de la realidad de esta historia, cuyos personajes, aexcepción de la heroína, viven todos aún.
Por otra parte, hay en París testigos de la mayor parte de los hechos que aquí recojo, y que podrían confirmarlos, si mi testimonio no bastara. Por una circunstancia particular sólo yo podía escribirlos, porque sólo yo fui el confidente de los últimos detalles, sin los cuales hubiera sido imposible hacer un relato interesante y completo.
Pues bien,veamos cómo llegaron a mi conocimiento esos detalles.
El 12 de marzo de 1847 leí en la calle Lafitte un gran cartel amarillo en que se anunciaba la subasta de unos muebles y otros curiosos objetos de valor. Dicha subasta tenía lugar tras una defunción. El cartel no ponía el nombré de la persona muerta, pero la subasta iba a llevarse a cabo en la calle de Antin, número 9, el día 16, de doce a cincode la tarde.
El cartel indicaba además que en el 13 y el 14 se podían ir a ver el piso y los muebles.
Siempre he sido aficionado a las curiosidades. Me prometí no perderme aquella ocasión, si no de comprar, por lo menos de ver.
Al día siguiente me dirigí a la calle de Antin, número 9. Era temprano y, sin embargo, ya había gente en el piso: hombres e incluso mujeres, que, aunque vestidas deterciopelo, envueltas en cachemiras y con elegantes cupés esperándolas a la puerta, miraban con asombro y hasta con admiración el lujo que se ostentaba ante sus ojos.
Más tarde comprendí aquella admiración y aquel asombro, pues, al ponerme a observar yo también, advertí sin dificultad que estaba en la casa de una entretenida. Y si hay algo que las mujeres de mundo desean ver –– y allí habíamujeres de mundo–– es el interior de las casas de esas mujeres, cuyos carruajes salpican los suyos a diario; que tienen, como ellas y a su lado, un palco en la Opera y en los Italianos, y que ostentan en París la insolente opulencia de su belleza, de sus joyas y de sus escándalos.
Aquella en cuya casa me encontraba había muerto: las mujeres más virtuosas podían, pues, penetrar hasta en su dormitorio.La muerte había purificado el aire de aquella espléndida cloaca, y además siempre tenían la excusa, si la hubieran necesitado, de que iban a una subasta sin saber a casa de quién iban. Habían leído los carteles, querían ver lo que los carteles prometían y elegir por anticipado: nada más sencillo. Lo que no les impedía buscar, en medio de todas aquellas maravillas, las huellas de su vida decortesana, de la que sin duda les habían referido tan extraños relatos.
Por desgracia los misterios habían muerto con la diosa y, pese a toda su buena voluntad, aquellas damas no lograron sorprender más que lo que estaba en venta después del fallecimiento, y nada de lo que se vendía en vida de la inquilina.
Por lo demás, no faltaban cosas que comprar. El mobiliario era soberbio. Muebles de palo derosa y de Boule, jarrones de Sèvres y de China, estatuillas de Sajonia, raso, terciopelo y encaje, nada faltaba allí.
Me paseé por la casa y seguí a las nobles curiosas que me habían precedido. Entraron en una habitación tapizada de tela persa, e iba a entrar yo también, cuando salieron casi al instante, sonriendo y como si les diera vergüenza de aquella nueva curiosidad. Por ello deseaba yo másvivamente penetrar en aquella habitación. Era el cuarto de aseo, revestido de los más minuciosos detalles, en los que parecía haberse desarrollado al máximo la prodigalidad de la muerte.
Encima de una mesa grande adosada a la pared, una mesa de seis pies de largo por tres de ancho, brillaban todos los tesoros de Aucoc y de Odiot. Era aquella una magnífica colección, y ni uno solo de esos mil...
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