La Hechizada

Páginas: 15 (3586 palabras) Publicado: 26 de junio de 2012
XXII. LA HECHIZADA
1817
Mi madre murió cuando éramos muy niños. Desde entonces el carácter de mi padre se ensombreció. Su viudez, al coincidir con los acontecimientos revolucionarios de 1810, produjo trastornos considerables en su casa y en su vida. Era mi padre un hombre aferrado a la añeja tradición: bajo el régimen español había desempeñado la auditoria de guerra de varios virreyes, y sufortuna, sumada a la que le aportó la herencia de su suegro, prosperó hasta destacarle entre los vecinos más acaudalados de Buenos Aires. He conservado su testamento, en el cual detalla con orgullo melancólico la lista de las propiedades perdidas: porque las perdió, embargadas por el gobierno patrio, que sospechaba de su contribución a los levantamientos destinados a abolirlo.
Nunca he logradosaber qué hubo de cierto en la desconfianza del doctor Moreno y de don Bernardino: la verdad es que muy poco se recobró de las estancias familiares (había una en Corrientes, de casi setenta leguas), y que mis imágenes infantiles y adolescentes se vinculan con una insoportable hojarasca papelera; con el rasgueo de las plumas de ave sofocado por las cortinas; con las conferencias enlutadas de leguleyosy eclesiásticos, y con la sensación de que algo no paraba de roer, bajo el piso, entre las vigas y dentro de los muros de nuestra casa vecina de la
Catedral.
La presencia de mi madre, según averigüé, había colmado ese macizo caserón. Muerta ella y desaparecidos los cortesanos que a cualquier hora acudían a interesar a mi padre, para que insinuara
«media palabra» en su favor, ante Arredondo,Olaguer Feliú o Sobremonte; zozobrante también y luego desvanecida la opulencia que permitía mantener el trajín de esclavos y servidores, la casa
pareció más grande aún, más anchas sus habitaciones v más vacías, a pesar de los muebles enormes y severos que las trocaba en sacristías conventuales y a pesar de los testigos fastuosos que mes a mes se esfumaban y cuya huida, muy niños, no advertíamos,hasta que preguntábamos: ¿dónde está la yerbera con el pavo de oro?, ¿dónde están las bandejas del abuelo?, y mi padre, con un gesto desesperadamente duro, nos hacía callar.
Durante los primeros años de orfandad dependimos para todo de la negra Tomasa, que había sido nodriza de nuestra madre; pero Tomasa era vieja y cegatona; pronto se le paralizaron las piernas y
con la chochera senil setransformó en algo semejante a los solemnes muebles negros que tanto temíamos: un mueble de ébano esculpido, arrimado a la pared de un aposento que perfumaban los hinojos cercanos, y cuyo piso de ladrillos –esto no lo olvidaré nunca– se diría adornado con alfombras listadas que producían las sombras de las altas rejas.
Mi padre no salía de su ensimismamiento. Como un taladro le trabajaba la idea fija.Sería injusto si le guardara rencor, pues la defensa de sus bienes le requería por completo. Si mi madre hubiera vivido, las cosas hubieran sucedido en forma diferente, a pesar del descalabro de la hacienda. Pero mi madre descansaba bajo una losa en la iglesia de Santo Domingo, y mi padre... mi padre ya no era tal, sino un anciano triste, agobiado, perplejo, que aun durante las comidas –comía solo–no cesaba de escribir y de rehacer cuentas, y respondía con un distraído beso en la frente a nuestro pedido de su bendición.
Para que no le importunáramos y dejáramos de vagar por las galerías, escondiéndonos al topar con frailes y abogados, y escondiéndonos sobre todo para no encontrarnos con él, que en seguida nos mandaba a repasar la lección de latín y el catecismo, se le ocurrió enviarnosdiariamente, después del almuerzo, a jugar en casa de su prima Paula Mendoza.
Así lo hicimos durante mucho tiempo. Tía Paula era una de las señoras principales de la ciudad. Creía mi padre que, sola y sin hijos, nos dedicaría su tarde, pero tía Paula apenas disponía de unos minutos para nosotros. Siempre la rodeaban las visitas. Siempre había, en su estrado, gente mundana y alegre. Las mujeres se...
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