La Iguana

Páginas: 268 (66888 palabras) Publicado: 10 de junio de 2012
Alberto Vázquez Figueroa

La Iguana

LA IGUANA
ALBERTO VAZQUEZ—FIGUEROA

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Alberto Vázquez Figueroa

La Iguana

En el extremo sur del archipiélago de Las Galápagos, en el océano Pacífico, a mil
kilómetros de las costas de Ecuador se alza un solitario islote, llama Hood o «La Española»,
que constituye el hogar predilecto de los albatros gigantes.
Su minúsculo desembarcaderonatural continúa llamándose «Bahía de Oberlus», en
recuerdo de un hombre que habitó allí a finales de mil setecientos y que fue conocido por el
extraño apodo de La Iguana
Esta novela está basada en su historia.
EL AUTOR

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Alberto Vázquez Figueroa

La Iguana

1982, Alberto Vázquez-Figueroa

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Alberto Vázquez Figueroa

La Iguana

El inmenso albatros de frágiles alas ribeteadasde blanco giró majestuoso a doscientos
metros de altitud en un lento planear sin un solo aspaviento, como sostenido en el espacio
por una fuerza invisible.
Era aquél su tercer viaje de ida y vuelta, desde allí; desde la misma raya del ecuador,
a los fríos islotes patagónicos, siguiendo el sendero trazado en el aire por millones de sus
antepasados a lo largo de infinitas generaciones.
Ya suojo atento y codicioso había captado, desde docenas de millas mar adentro, que
una vez más el eterno milagro se había repetido y el azul del mayor de los océanos
comenzaba a ensuciarse con las manchas marrones de los bancos de sepias que, de
improviso, en una incontenible explosión de vida, nacían en las proximidades de la isla que
ahora se destacaba, negra, agreste y desolada, bajo sus largasalas.
Aquél era su hogar, y lo sabía. La patria de los albatros gigantes; lugar de nacimiento,
amor y muerte del ave que reinaba en los mares, y frente a la que gaviotas, alcatraces,
rabihorcados, garzas, pelícanos o piqueros, no constituían más que tristes caricaturas aladas
sin gracia alguna.
Altiva, giró de nuevo estudiando una vez más la conocida pendiente de lava cuarteada
que nacía asotavento, en una tranquila y diminuta bahía de blanca arena, para ascender sin
prisas, a morir en los altos y fieros acantilados contra los que se estrellaban las rugientes olas
de barlovento.
Le inquietó el panorama. Sin duda había llovido durante su ausencia, y los cactus y
arbustos habían crecido desmesuradamente desperdigándose por entre las rocas y los
bloques de lava, buscando con avidezcada pedazo de tierra fértil traída por el viento y
abonada por los excrementos de millones de sus congéneres conformando por tanto una
pista accidentada y sinuosa, difícil y arriesgada, marcada ya —y no era de los últimos en
llegar— por los cadáveres de tres viejos machos que le habían precedido en su largo viaje.
La edad hacía perder reflejos a los más ancianos, que eran, al propio tiempo,los más
pesados y los de mayor envergadura, con lo que se multiplicaban para ellos los peligros a la
hora de encarar la pista y sortear obstáculos en un loco aterrizaje a velocidad suicida, en el
que llegaba un momento, a dos metros del suelo, en que no existía posibilidad alguna de
remontar el vuelo, y no quedaba más alternativa que tomar tierra felizmente o estrellarse.
Ellos, los albatrosgigantes, inimitables en el aire, tenían sin embargo las patas
demasiado cortas en relación a la longitud de sus alas y el tamaño de su cuerpo. Para
elevarse al cielo necesitaban los acantilados de barlovento y lanzarse al espacio con el viento
de cara, mientras que para tomar tierra exigían un ancho espacio sin accidentes ni remolinos
que los desplazaran bruscamente, larga «pista» por la quecorrer mientras frenaban su
disparatado descenso.
Sobrevoló por última vez la isla avisando con sonoros graznidos que se lanzaba a
tumba abierta, cruzó, bajo, sobre la cabeza del hombre que le observaba acomodado sobre
una alta roca, semidesnudo y cubierto con un desteñido sombrero mugriento de sudor; se
alejó hacia el sur sobre el mar rugiente, y regresó con la fuerza y la velocidad de una...
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