La insurrección que llega
L A I N S U R R E C C I Ó N Q U E L L E G A
Comité Invisible
La fabrique editions.
París. Marzo 2007
Bajo cualquier ángulo desde el que se observe, el presente no tiene
salida. No es la menor de sus cualidades. A quienes quisieran
permanecer en la esperanza a toda costa, les retira cualquier apoyo.
Aquellos que pretenden impedir las soluciones son desmentidos al
momento. Es una cosa sabida que todo no puede sino ir de mal en
peor. “El futuro no tiene porvenir” es la sabiduría de una época en la
que se ha llegado, bajo sus aires de extrema normalidad, al nivel de
consciencia de los primeros punks.
La esfera de la representación política se cierra. De izquierda a
derecha, es la misma nada que adopta las poses perrunas o los aires
de virgen, las mismas cabezas de góndola que encadenan sus
discursos tras los últimos hallazgos del servicio de comunicación.
Aquellos que todavía votan dan la impresión de no tener otra
intención que la de hacer saltar las urnas a fuerza de votar como
pura protesta. Se comienza a adivinar que es contra el voto mismo
por lo que se continua votando. Nada de lo que se presenta está, ni de
lejos, a la altura de la situación. Incluso en su silencio, la propia
población parece infinitamente más adulta que todos los títeres que
se pelean por gobernarla. No importa que el chibani de Belleville sea
más prudente en sus palabras que ninguno de los que se dicen
nuestros dirigentes en sus declaraciones. La tapa de la marmita
social se vuelve a cerrar con una triple vuelta mientras en su interior
la presión no deja de aumentar. Salido de Argentina, el espectro de
¡Que se vayan todos! comienza a acosar seriamente las cabezas
dirigentes. El incendio de noviembre de 2005 no ha terminado de proyectar su
sombra sobre todas las conciencias. Estos primeros focos son el
bautismo de una década llena de promesas. El cuento mediático de
los‐suburbios‐contra‐la‐República, si bien no carece de eficacia, falta
a la verdad. Los incendiarios han tomado hasta el centro de las
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ciudades, que fueron metódicamente acalladas. Calles enteras de
Barcelona han ardido en solidaridad, sin que nadie más que sus
habitantes lo sepa. Y tampoco es verdad que el país haya dejado de
arder desde entonces. Entre los inculpados se encuentran toda clase
de perfiles que sólo se unifican por el odio a la sociedad existente, y
no por la pertenencia de clase, de raza o de barrio. Lo inédito no
reside en una “revuelta de los suburbios” que ya no era novedoso en
1980, sino en la ruptura con las formas establecidas. Los asaltantes
no escuchan a nadie, ni a sus hermanos mayores ni a la asociación
local que debería gestionar el retorno a la normalidad. Ningún SOS
Racismo podrá hundir sus cancerosas raíces en este acontecimiento,
al que sólo la fatiga, la falsificación y la omertà mediáticas han podido
poner un fin. Toda esta serie de golpes nocturnos, de ataques
anónimos, de destrucciones sin rodeos ha tenido el mérito de abrir al
máximo la grieta entre la política y lo político. Nadie puede
honestamente negar la carga evidente de este asalto que no formula
ninguna reivindicación, ningún otro mensaje más que la amenaza;
que no había que hacer la política. Hay que estar ciego para no ver lo
que hay de puramente político en esta resuelta negación de la
política; o nadie conoce los movimientos autónomos de los jóvenes
desde hace treinta años. Los niños perdidos han quemado los ...
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