la laguna

 LA LAGUNA

-JUUULIOOO!!!!, vení a ver- y la Angela volvió a chupar el mate, con la vista clavada en el agua que corría con ruido y espuma.
Recién empezaba a clarear y hacía varios días que veían llegar esa masa líquida y amenazante. La laguna, entre plateada y rosada en este amanecer de abril, parecía venírseles encima.
Como no era la primera vez que se inundaban, iban loslugareños vigilando la llegada de los camalotes, los lametazos del agua cada vez más cercana.
Don Julio Brussi, morocho de soles y con la piel curtida, se calzaba las alpargatas para ir a la quinta. En Montelipú, en toda la ribera de la laguna, se cultivaban tomates, ajíes, zapallitos y chauchas. Un poco más adentro, el Turco Nur cuidaba celosamente los melones y las sandías.
Pero esamañana, parado en la puerta de su gran rancho de adobe y techo de paja, decidió que no, que hoy no podía trabajar en la quinta, que otra vez tenían que irse.
Había que buscar el carro y ensillar los dos caballos, llamarlo al Cacho, que se había pegado a las sábanas. La mudanza llevaría un rato largo: las camas y colchones, el ropero traqueteado, la mesa larga, con la madera llena de rasguños,esa que los domingos sacaban a la sombra de las tipas inmensas para el almuerzo, porque venían los hijos casados, sus parejas y los nietos, a comer los tallarines amasados por la Ángela.
En la huida se llevaban también la ropa, los cacharros de la cocina, y la canoa atada atrás, sobre un carrito que rezongaba chirridos.
El agua nunca había llegado a inundar el rancho,estratégicamente ubicado en la parte más alta del lugar. Llegó a acariciar la veredita de cascotes que el Julio y el Cacho cuidaban todas las semanas y apisonaban con un cilindro de madera dura con mango de hierro, ante mi mirada asombrada. Me preguntaba para qué cuidaban tanto esa vereda despareja y fea.
Nosotros íbamos a Montelipú casi todos los fines de semana, en el auto del abuelo, quien tenía unacasa de pescadores a no más de doscientos metros del rancho de los Brussi. Los chicos- que éramos cuatro,- rompíamos la paciencia y nos peleábamos para ver quién iría adelante, con el abuelo y Luis. Casi siempre le tocaba a Luisito, el único varón, bastante hinchapelotas según la opinión de sus dos hermanas mayores, y un gran vivo, porque ir atrás significaba estar amontonados, Josefina y sus treshijas, en medio asiento. La otra mitad la ocupaban las cajas y canastos. El baúl estaba destinado exclusivamente a las cosas de la pesca y quedaba, lleno hasta el tope, de redes, anzuelos, latas para la carnada y todas esas porquerías, según nuestro concepto de entonces.
Antes de ingresar a ese paraíso que era precisamente la zona de quintas y la costa cruzábamos el primer portón, de laprimera de las familias Brussi. Porque todos los quinteros de la zona eran primos entre sí.
Los de la primera parte del camino eran "los pudientes", los dueños de su tierra, y en cada rancho El Abuelo paraba el auto, y charlaba.
Los últimos Brussi, Doña Angela y Don Julio, eran los pobres. Ellos vivían en el campito que compró el abuelo para hacer "el rancho" de pescadores, y los dejabavivir y trabajar la tierra, con la condición de vigilarle la casita para que no se la saquearan ni la ocuparan intrusos.
Allí los saludos se prolongaban, porque se daba el intercambio de noticias: que cómo anda la pesca, que por dónde pican los surubises que si salían o no los dorados. O cómo andaba el Indio Flores, chuceado en la pata por la espada de una maldita raya, a la orilla nomásde la laguna. Y les bajaba la mercadería que traía en el baúl.
Apenas llegábamos a la casita del abuelo, después de ayudar a Josefina- que en eso era implacable -, me iba para el rancho de los Brussi.
Era muy grande, con dos dormitorios y la cocina amplia, muebles toscos y muy ordenada. Los pisos eran de tierra dura. Dura y lisita, como encerados estaban y el patio inmenso, de...