La novia del espectro washington irving

Páginas: 35 (8527 palabras) Publicado: 11 de febrero de 2016
La novia del espectro.
The Spectre Bridegroom; Washington Irvin (1753-1859)

No hallaré el descanso en mi posada Falstaff.
Durante un viaje que hice por los Países Bajos, llegué una noche a la Pomme d'Or, el mejor hostal de una pequeña villa flamenca. Lo hice pasada la hora convenida y me vi obligado a cenar a solas los restos del menú que me sirvieron. Hacía un frío espantoso. Tomé asiento alfondo de un amplio comedor vacío; angustiado por aquella soledad, por aquel silencio. Pedí al posadero algo que leer, y el buen hombre me ofreció cuanto componía la biblioteca de su casa y pensión: una biblia familiar holandesa y un almanaque escrito en la misma lengua, pero también unos cuantos periódicos parisinos atrasados... Me entretenía en la lectura de alguno de aquellos periódicos cuandollegaron hasta mis oídos unas risas que parecían originarse en la cocina.

Cualquiera que haya viajado por el continente sabe lo muy importante que resulta para el viajero llegar a un lugar en el que las cocinas sean alegres; sobre todo, en circunstancias como la mía, con un tiempo de perros, cuando más necesario se hace el calor en todos los sentidos... Dejé a un lado, pues, el periódico que leía,y me levanté con ánimo de hacer una incursión, más o menos profunda, allá por donde estaba la cocina del hostal. Vi allí, reunidos al amor del fuego, a varios viajeros que habían arribado al hostal antes que yo, a hora prudencial, pues, en una diligencia; estaban en animada charla con las personas que se encargaban de cocinar para la clientela del Pomme d'Or. Estaban, como he dicho, sentadosalrededor de uno de los fogones, que parecía un altar ante el que se hubiera congregado una comunidad, aun pequeña, de fieles; había sobre el fogón, en la pared, cacharros de cocina y una vajilla completa y reluciente, en la que destacaba un juego de té presto para el servicio. Una lámpara de aceite, grande y de cristal reluciente, daba luz a los que allí charlaban y reían, arrojando sus sombrasdescomunales contra las paredes de la amplia cocina. Bajo aquella amarillenta luz de la lámpara sólo aparecía bien iluminada la escena que mostraba a esas personas, permaneciendo el resto de la cocina en una penumbra atrayente, que sugería placidez e intimidad. Una hermosa flamenca, con largos pendientes dorados en sus orejas y con un pequeño corazón, igualmente dorado, pendiente de su cuello por unacadenita, parecía la sacerdotisa que oficiaba el rito de la reunión ante aquel fogón como un altar, en la cocina del hostal.

Varios de los presentes fumaban plácidamente sus pipas, con ese especial gusto con que se saborea un buen tabaco aromático después de una excelente cena, cuando ya comienza a desearse el tibio lecho para descansar. Ya he dicho que se contaban anécdotas, y justo entré cuandouno de aquellos hombres concluía la suya y empezaba un francés a referir otra... Era el francés un hombre de cara larga y magra pero jovial, con enormes patillas, y comenzó a contar historias galantes de las que, cómo no, había sido protagonista, entre el regocijo de las muchachas flamencas de la cocina y las risas admiradas de los demás hombres allí reunidos... Lo propio, en fin, de esos templosde la liberalidad y de la honesta diversión que son las cocinas de los hostales cuando llega la noche. Desde luego, no vi mejor ocasión de sacudirme el tedio, y como en realidad aún no me apetecía irme a dormir, a despecho del cansancio, tomé asiento junto a los allí congregados, procurando no hacer ruido. Escuché así varias historias más que referían los viajeros, algunas de una increíbleextravagancia y otras más verosímiles, como ocurre en estos casos. Todas ellas, sin embargo, se me han borrado ya de la memoria, a excepción de la que narró un hombre, que pido permiso para relatar...

Lamento no poder hacerlo con la vivacidad y convicción, empero, con que hizo su relato aquel hombre, ni con su aire tan peculiar, ni con sus gestos tan apropiados... Era un viejo suizo corpulento, que...
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